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El oidor y sus intereses inconfesables
Desconocía el indio que ese oidor es uno de los cabecillas y el más interesado en que nada se enderece porque propugna los fines ilícitos que mancillan las costumbres tribales.
Crisanto Gregorio León | crissantogleon@mail.com

27 Ene, 2018 | No encontraba el indio razón por la cual el “estado de cosas” permanecía incólume, pues en su caja de valores no había la desconfianza. Su naturaleza ingenua y desprevenida lo llevaba a creer en el Cacique al que siempre le narra las prácticas y mañas de la tribu.

Desconocía el indio que ese oidor es uno de los cabecillas y el más interesado en que nada se enderece porque propugna los fines ilícitos que mancillan las costumbres tribales.

Sin sospecharlo, estaba acudiendo el indio al Jefe de la delincuencia de las tribus, denunciando ante la persona menos indicada, pues quien siempre le oía se alertaba y revelaba las confesiones que recibía, pero en provecho de la delincuencia; de tal modo que conocían entonces el Cacique y su banda de indios desadaptados los pasos a seguir para mantener a salvo sus cimarrones y se servía de la confianza que le tenía el aborigen; para prevenir a sus ladrones, a sus malhechores.

El oidor incorrecto, es el delincuente encubierto que recibe toda la información que se le suministra de buena fe para que haga lo que debe hacer en función de acabar con el estado de descomposición de la tribu y evitar su desaparición. Y por el contrario lo que hace es blindar las debilidades y la fuga de información que ponen en peligro sus “intereses inconfesables”.

Para el oidor, las denuncias que recibía del indio las trataba delante de él como puerilidades y por tanto noticias sin trascendencia o que no merecían mayor cautela; cuando en realidad constituyen el asunto medular que destruiría toda la “cosa nostra”. Pues sí, la nostra tribal. Tal como la cosa nostra siciliana. Parecía una exageración y no lo era. Se trataba de asuntos de una mafia interna que tenía demasiados tentáculos y muchos intereses como para que por la sola denuncia y persistencia del indio, entonces se acabara con toda esa corruptela.

Pero, insistía el indio en ir donde el mismo Cacique a exponerle siempre las vicisitudes de la tribu y los malos pasos en que muchos andaban, con una confianza extrema era prolijo en detalles; pero siempre se encontraba con las mismas vainas, con las mismas piedras, con unos ojos ciegos y unos oídos sordos, que evadían la realidad.

El error siempre ha sido hacer la denuncia ante los cabecillas de la banda que ocupan los cargos de liderazgo, encubiertos de gente sana y decente.

Si los jefes lo permiten, entonces, ¿qué se puede hacer? Un celestinaje perverso había llevado a la organización de la tribu a un despeñadero, porque el oidor tiene intereses inconfesables.




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