Porlamar
28 de abril de 2024





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Augusta
¡Tus manos, Augusta, tus manos, dulzura sin intemperies! La cobija de tu sombra de robusto árbol, en la fonda de tus cabellos es espuma marinera soplándole viento suave y apacible a las angustias y a las penas, a los pesares. ¡Ay, ductora de los ensueños! Casi nadie sabe que eres un baúl abierto que no ha podido cerrársele a la vida, para siempre regalarnos estrellas y repartirnos consejos.
Perucho Aguirre

1 Mar, 2018 | Fuiste una soledad de nostalgias y recuerdos en el racimo esplendoroso de tus infinitos años. Habitat, casa vieja tatuada en la cartilla infantil de tu cara y, en los caramelos que tus labios, aún fértiles, sabor a tierra recién llovida, paren en el jardín dormido de tus sueños. Sin quererlo pronunciar. Sin proponértelo oras e invocas. Tantos cuentos de ayer y de historia en las semblanzas de tus mágicas palabras. Uno te lo oye y lo oye el que llega con manos nuevas a estrechar las tuyas. Sí, se percibe… ¡Hueles a fogón, Augusta!... ¡A fuego lento, sí, Augusta! Es que tu mirar de pájaro aprendiz en el tibio nido de tu corazón lo trina, calladamente, a las auroras, a las añoranzas de tu pasado de rosas y jazmines, al patio florido. ¡Iglesia colonial eres, Augusta! ¡Pueblo viejo de la Navidad que jamás se olvida!...

¡Tus manos, Augusta, tus manos, dulzura sin intemperies! La cobija de tu sombra de robusto árbol, en la fonda de tus cabellos es espuma marinera soplándole viento suave y apacible a las angustias y a las penas, a los pesares! ¡Ay, ductora de los ensueños! Casi nadie sabe que eres un baúl abierto que no ha podido cerrársele a la vida, para siempre regalarnos estrellas y repartirnos consejos.

Augusta, ancla de Zoilo, de ese Zoilo que se aparece y cree que se marcha. Es que ante ti nadie puede partir, se queda sujeto, enganchado en tus dulces palabras y en tus frutícolas acentos, para pronunciárselas al silencio, silencio de estancia, silencio de rincón, hoy y siempre de tu humildad compartida. ¡Cuántos quisiéramos saber qué música tienen los coloridos retoños de tu permanente siembra de regalos, qué color y qué poema…!

Repartes soledades habitadas. Regalas rezos y estampas de santos viejos que se te salen de la mirada, como si fueran azules de carne y hueso. Y, en las hondonadas de tus lumínicas manos, que son llanura donde ruge feliz la canción de la esperanza, muestras tus mapas, escuelas, guisos de ayer, los iniciales dibujos que son tus caminos y espesuras andadas… ¡Ay, Augusta, ay!... ¿Quién eres, preciosa madre, abuela o soltera de la edad? Sigues y seguirás hincándonos dulcemente tus huellas. Continúas y continuarás regalándonos tus letras, y, de por vida, tus armonías entrelazadas… Así permaneces y permanecerás, Augusta. En el infinito capítulo de la novela que le estás regalando al Dios que te procreó. Sí, él te aguarda, porque ni siquiera Él decide sobre ti.

Y es posible que Zoilo ya no lo perciba, pero sí lo sabe o lo entiende. Fernando, tu hijo, el cargador de tus pasos y alimento de tus requerimientos, él, tu hijo Fernando, nos lo confiesa cada instante sin decirlo y, en cada voz o palabra pequeña suya, con las de conquistar al niño que tú nos siembras adentro, infinitamente adentro, ahí, sí, Augusta, ahí, donde los patios nos florean y huelen; donde todos sabemos que tú, Augusta, mujer santa y milagrosa, nos das la bienvenida calladamente…

Otro Fernando para ti. Para mi hermano querido Fernando Álvarez, con todos mis errores e imperfecciones.

¿Azul?




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