21 Feb, 2018 | La situación estaba dura. Quedaba solo una gallina para vender, con el dinero resultante se podría comprar lo necesario para subsistir los próximos dos días. Era una gallina inmensa, valía, para aquella época, aproximadamente, 12 bolívares, lo suficiente para adquirir tres kilos de arroz.

– Toma, José, ve y vende esta gallina en la plaza del pueblo –dijo Josefina, dirigiéndose a su hijo de diez años mientras le entregaba la jaula artesanal con el animal.
– ¿Y en cuánto la vendo, amá? –respondió el pequeño, anonadado por los olores de la ultima ración del café recién colado, que escapaban por la puerta de la cocina y llegaban al patio donde se encontraban.
– Mijo, usted la ofrece en 8 bolívares, pero si le regatean, pida 6 bolívares, no menos que eso.
– ¡Sí va, amá, pero dame un poquito de ese café! –replicó el niño.

La mujer accedió, le sirvió un poco del preciado líquido en una taza de peltre. El pequeño, con cara de regocijo, agarró el recipiente, bebiendo despacio el humeante elíxir, luego se fue caminando, contento, a la plaza del pueblo.

– ¡Gallina, gallina, lleve su gallina! –vociferaba el muchachito, en plena plaza, a las 8:30 a.m.
– ¿En cuánto la tienes? –le pregunta Santana, un llanero recio dedicado a la ganadería, quien al escuchar la emocionante propaganda, y al ver el portento de animal, se le acercó entusiasmado, imaginando en su mente un sancocho sin igual.
– Bueno, señó, mi amá me dijo que pidiera 8 bolívares, pero que si me regateaban pidiera 6 y que de allí no bajara –respondió el niño, con una convicción infranqueable.
– Ah bueno, mijo, de ser así toma los 6 –replicó Santana, sacando las monedas de su bolsillo y extendiéndole la mano.
–¡No señó¡ ¡Así de simple no es! ¡Regatee, pues! ¡Regatee!

Gracias a Santana Canelón por la colaboración.