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Multiculturalidad
Muchos occidentales, especialmente en los países de América Latina, a veces vivimos como si nuestra particular manera de pensar y hacer las cosas, fuera “la manera”, no solo la dominante sino la más adecuada.
Arianna Martínez Fico arianna.mf@gmail.com

7 Oct, 2016 | Recientemente tuve la magnífica oportunidad de visitar Jerusalén y pasar varios días en esa ciudad cargada de historia, espiritualidad, belleza, magia, contradicciones y, muy especialmente, multiculturalidad. Si bien en Tierra Santa viví, literalmente, una experiencia religiosa (de la cual hablaré en un futuro artículo), hoy quiero referirme al impacto que me generó experimentar en carne propia la coexistencia pacífica y simultánea de culturas tan diferentes en un mismo lugar. La Ciudad Antigua alberga un lugar sagrado tanto para los musulmanes como para judíos y cristianos. En el centro del Monte del Templo, hoy se erige el Domo o Cúpula de la Roca que es el punto donde los musulmanes aseguran que Mahoma subió al cielo, así como hebreos y cristianos creemos que es el lugar en que Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo, donde Jesús fue presentado a los 40 días y en el que los judíos esperan la construcción del tercer y último Templo cuando venga el Mesías. Si tuviera que mencionar un punto geográfico culturalmente álgido éste sería, sin duda alguna, la explanada del Templo.

Muchos occidentales, especialmente en los países de América Latina, a veces vivimos como si nuestra particular manera de pensar y hacer las cosas, fuera “la manera”, no solo la dominante sino la más adecuada. En esa transparencia, somos ciegos a las diferencias y buscamos eliminarlas o minimizarlas a toda costa, el otro no nos aparece como un legítimo otro sino como un “raro” o alguien con poca conciencia y, dado que somos buenas personas, buscamos maneras de insertarlo (para no decir domesticarlo). La Venezuela en la que crecí, la próspera y pujante, si bien estaba llena de inmigrantes, nuestro concepto de interculturalidad se limitaba a comer paella, lasagna, kibbe o escargots, quizás aprender unas cuantas palabras jocosas en otro idioma o ser amigos del “portu”. Quienes llegaron a nuestra tierra tuvieron que adaptarse y, a partir de ese crisol de razas, se fue formando un sincretismo cultural que decantó en lo que hoy podríamos llamar “nuestra cultura”. Y nos funcionó. Pero ya no somos los mismos y el mundo es otro y nuestras antiguas fórmulas, paradigmas, conocimientos y competencias empiezan a resultarnos insuficientes para adentrarnos y vivir felices en estos nuevos territorios.

Del mismo modo, las organizaciones se enfrentan al desafío de ser “glocales” (pensar global y actuar local) y la otrora exitosa “cultura corporativa”, tan propia de las grandes multinacionales en las que se induce a las personas para que vivan y exhiban el sello de la misma, ya no pareciera seducir a los talentos emergentes, ni a los tan apetecidos como incomprendidos Millennials. Las nuevas generaciones no quieren una cultura al estilo mermelada de frutas mixtas, prefieren que cada fruta manteniendo su sabor, forma, aroma y color interactúen aportando lo mejor de sí en una exquisita macedonia. Nuevos mundos requieren nuevas habilidades y sensibilidades, entre las que cabe destacar la inteligencia multicultural, entendida como la capacidad para gestionar resultados y relaciones de manera exitosa en entornos culturales variados, generando contextos de integración y convivencia armónica a través de la interacción horizontal y sinérgica. Esto supone cuestionar nuestros juicios respecto de determinadas culturas, individualizar en vez de estereotipar e instalar una nueva creencia: no mejor ni peor, diferente.

Cultivar inteligencia cultural o multicultural va más allá de tolerar las diferencias, pasa por buscarlas, amarlas y celebrarlas. Y aunque visitar Jerusalén puede ser una experiencia inolvidable que recomiendo, no requerimos ir tan lejos para aprender a abrazar la diversidad e incorporar los principios de la interculturalidad. Basta salir de nuestra casa, de nuestra zona de comodidad y atrevernos a ser deslumbrados por otras formas de ser pensar y actuar.

“Locura es pretender resultados diferentes haciendo lo mismo” Albert Einstein




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