Año nuevo, vida nueva. / Foto: CORTESÍA.

26 Dic, 2015 | Los segundos se hicieron minutos, los minutos se hicieron horas, las horas se hicieron días, los días se hicieron semanas, las semanas se hicieron meses y los meses..., este pensamiento perturbaba la tranquilidad del Viejo Año, pensando en que muy pronto dejaría para siempre este mundo, y que solamente quedaría en los recuerdos, buenos o malos de la gente de este planeta.

Aquel 31 de diciembre, como nunca antes en los otros trescientos sesenta y cuatro días que le toco vivir, se había sentado a reflexionar sobre lo que iba a ser de él, aquel día se estaba convirtiendo en el más triste, quizás porque era su último, o porque se encontraba muy solo.

En eso se le apareció un ángel que le preguntó:

-¿Por qué estás triste, Viejo Año?
Sorprendido y pensando que ya no había milagros para él, le contestó:

-Estoy muy triste, mi vida se acaba sin saber que será de mí, sin dejar nada material, sólo recuerdos, y a veces no muy buenos.

-Y por qué no hablas con Papá Dios, a ver qué te puede regalar en esta tu última noche -le aconsejó el ángel emprendiendo su vuelo hacia el cielo.

El Viejo Año permaneció un instante pensando en la propuesta del ángel, y pensó:

-Pero si yo durante toda mi vida jamás le pedí nada a Papá Dios, porque creía que iba a ser eterno y él no me haría falta, pero bueno no pierdo nada lo intentaré.

Y con voz entrecortada, de rodillas mirando al cielo, Viejo Año dijo:

-Papá Dios, yo sé que me estás oyendo... yo sé que me estás mirando, por eso te pido, que me des una oportunidad, la única y la última.

De pronto una voz estremeció el recinto:

-Te he estado esperando durante toda tu vida... pide lo que tú quieras y serás complacido.

-Gracias, Papá Dios, gracias por escucharme...sólo te pido que esta noche, exactamente a las doce, no me dejes morir, detén el tiempo por unos cinco minutos para yo poder darle unos consejos al Niño Año, y así no pase por los mismos sinsabores que pasé yo -expresó el Viejo Año.

-Por lo hermoso de tu petición será concedida.

Así, aquella medianoche, exactamente a las doce, el tiempo se detuvo, mientras todos celebraban, la llegada del Año Nuevo, el Viejo Año tenía una conversación con el Niño Año.

-Niño Año, espero que me prestes atención porque Dios me ha concedido estos minutos para dedicártelos a ti para que vayas por la vida con paso seguro.

Eran las primeras palabras que oía el Niño Año:

-Recorre tu vida con prudencia, recuerda que sólo un exceso es recomendable en la vida el exceso de gratitud, sé agradecido, así demostrarás tu humildad porque los caminos de la lealtad son siempre rectos cuando van acompañados de honestidad, solidaridad, amistad, respeto y responsabilidad, sin prisa, pero sin descanso. Sé también perseverante y tolerante, para que todo este año, en toda la gente que te toca conocer, ver y palpar, se llenen de justicia y paz. Con estas fortalezas puedes dar: Al enemigo: perdón, a un amigo: oídos, a un hijo: buen ejemplo, a tu padre: respeto, a tu madre: una excelente conducta y a ti mismo: amor propio.

Todavía sorprendido el Niño Año, expresó:

-Gracias Viejo Año, te prometo cumplir con todo lo que me has dicho.

-Por último, te pido-dijo el Viejo Año- que estos mismos consejos se los des al próximo año en esta misma hora para que siempre en la Tierra se siembre la semilla del amor.

Y con un rostro que denotaba la felicidad por haber hecho una hermosa obra de caridad, el Viejo Año finalmente se despidió para siempre.

Y desde entonces todos los años se repite esta historia, llena de amor y comprensión con el encuentro del Viejo Año con el Niño Año.