4 Ago, 2015 | Venezuela está patas arriba. El pesimismo se ha impuesto a la anterior alegría del venezolano, que asombrado por el carácter malsano del gobierno, observa cómo el país se enrumba hacia el barranco. Panorama oscuro para una nación considerada hasta hace poco como la más rica y envidiada de la América Latina.

Agridulce sabor el que sentimos al recordar el famoso chiste de Luis Herrera en las gaitas de Joselo: "Hoy estamos al borde del abismo, pero mañana daremos un paso al frente". Así andan las cosas por nuestro lar; y sin embargo, a Maduro parece poco importarle y menos asumir su responsabilidad en la crisis, porque en su rayado cristal todo lo ve con la pupila de la normalidad.

Tenemos que para él es normal que las Chávez vivan en La Casona, como si se tratara de una herencia particular, en usufructo delictivo de un bien público. Es normal que Aristóbulo diga que la gente hace cola porque tiene dinero y no por hambre; o que las redes sociales incitan al saqueo, como dijo el presidente de Conatel, como si saquear fuera moda reciente; o que la culpable del desabastecimiento sea la Polar y no la coacción gubernamental sobre industrias productivas.

Además, según el mandatario y sus seguidores, es normal que Maradona, quien no puede ni con su vida, sea el candidato más idóneo para ser el presidente de la FIFA; o que Maldonado siga botando millones de dólares solo por chocar en la Fórmula 1, siendo considerado por sus colegas, como más peligroso que mono con ametralladora.

Dentro del perfil de la normalidad debe ubicarse también que estudiantes, políticos y tuiteros estén presos por protestar u opinar, manifestaciones que no están tipificadas como delitos. Y que sea sumamente normal, el que nadie haya visto la partida de defunción de Chávez y mucho menos la de nacimiento de Maduro, para despejar la duda de si es joropero o de sangre vallenata.