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26 de abril de 2024





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Amarren sus locos
En días pasados escuchamos la noticia de que los concejales del PSUV en el municipio Libertador querían (¿quieren todavía?) incluir los ojos de Chávez en el escudo de Caracas, en detrimento del felino rampante que identifica a Santiago de León.
Carlos Villalba-Luna | villalbaluna@gmail.com

28 Jul, 2015 | Francisco Herrera Luque explicó en sus crónicas fabuladas el origen del llamado "cuarto de los locos"; una habitación en la que se meten los corotos de uso no habitual en el hogar. Escribió el historiador que el nombre se adoptó porque era común un enfermo mental en cada familia venezolana, a quien por ausencia de establecimientos para su tratamiento, debían mantener confinado en casa y vigilado para que no cogiera calle.

Señaló el también psiquiatra que la presencia de tantos locos en la población nacional se debía a las taras y desórdenes genéticos que nos legaron adelantados y conquistadores, porque nadie en su sano juicio hubiera siquiera pensado en aventurarse por el recién descubierto Nuevo Mundo, una tierra totalmente ignota para los castellanos, en época marcada por el oscurantismo medieval.

Esa especie de "huella perenne" sigue vigente entre los venezolanos y aflora creando desconcierto. En días pasados escuchamos la noticia de que los concejales del PSUV en el municipio Libertador querían (¿quieren todavía?) incluir los ojos de Chávez en el escudo de Caracas, en detrimento del felino rampante que identifica a Santiago de León. Sin lugar a dudas, una mezcla de locura y adulación sin medida.

Recordamos además que Maduro creó en 2013 el cantinflérico Viceministerio de la Suprema Felicidad, invento del cual más nada se supo; mientras que un año después, el viceministro de Alimentación, Carlos Franklin, afirmó categórico que en Venezuela la gente hacía colas solo para cuidar los alimentos.

En Margarita tampoco escapamos del delirio y un funcionario de Sanidad dijo recientemente que es buena la escasez de cauchos, porque así se evita la proliferación de mosquitos transmisores de enfermedades. Lo único que faltaría entonces, como guinda del pastel, es que alguien le meta en la cabeza al presidente nombrar cónsul a un caballo, tal como lo hizo Calígula.




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