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19 de abril de 2024





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Rómulo Lazarde: Lo mío siempre fue la música, nunca serví para otro oficio
Recuerda que en El Valle de Pedro González cuando era niño, además de los frutales y cosechar auyama o yuca en los conucos, se cultivaba y elaboraban tabacos. “No pasé la prueba del tabaco, porque no estaba hecho para eso”.
Yanet Escalona

Foto: JOSUE STEIN

Romulo Lazarde / Foto: JOSUE STEIN

01 Dic, 2013 | Apenas pisa la Isla, el maestro Rómulo Lazarde se deslumbra con su luz, siente esa querencia profunda y cuando toda la guitarra es como si encontrara dentro de ella el eco ideal. También siente esas ganas de comerse el pescadito frito y saborear sus preferidas tripa e’ perlas. Todo le huele y le sabe a mar.

A sus 73 años Lazarde se remonta a la edad de 14, cuando dio su primer concierto de guitarra. Era apenas un adolescente lleno de sueños y con la música pisándole los talones; retumbándole en los oídos. Recuerda clarito que la presentación fue en el auditorio del liceo Aplicación de Caracas, y la nota especial fue que quien lo invitó fue el maestro Antonio Lauro, ejecutante y uno de los principales compositores para guitarra del siglo XX.

Aun cuando Lazarde no llegó a ser su alumno dentro de la formalidad de las aulas, sí lo conoció y admiró en cada paso de su trayectoria musical. De quien sí recibió lecciones fue de otro destacado maestro: Raúl Borges, quien a la vez fue profesor de Lauro, Alirio Díaz y de Manuel Enrique Pérez Díaz, entre otros virtuosos.

“Yo fui el último eslabón de la cátedra. Los conocí a todos en la época en que estaba en auge el trío de voces y guitarra ‘Los Cantores del Trópico’, conformado por Lauro, Pérez Díaz y Marco Tulio Maristany. Ellos recorrieron toda América y resultaron grandes maestros de la música y de la composición”.

Con el cuatro

En visita al Sol de Margarita, procedente de Caracas, Rómulo Lazarde reitera su complacencia de que en Margarita se mantenga la Fundación 6 Cuerdas y el Trío de Guitarristas que lleva su nombre. Nuevas y viejas generaciones. “Son iniciativas que debemos proteger”.

A la pregunta clásica de cómo fueron sus inicios en la música, recordó que aún niño empezó a tocar cuatro. “En mis inicios fui un autodidacta. Aprendiendo solo”, dijo. Le atraía ese mundo y por eso disfrutaba tanto las interpretaciones que hacía con su bandolín un músico del pueblo, el popular Juan Maneiro, quien tocaba a las puertas de su casa.

Comenta que hasta donde ha ido siempre lleva consigo el folclor margariteño, y en general el venezolano y el oriental. “Nunca olvidaré a Esther Gil (tuborense) quien al ver cómo la Isla crecía con tantos edificios, decía que a pesar de los intentos de quitarnos nuestros espacios, nunca se lo podrán llevar. Hay que cuidar todo lo que nos pertenece”, apuntó.

-¿Piensa que el músico nace?

-Parece que sí, pero hay que formarse. El grado de profesor que obtuve en Viena es superior al grado de doctor. Culminé estudios en Caracas y allá, con la evaluación que me hicieron me reconocieron los conocimientos adquiridos.

-¿Qué recuerda del Pedro González de su infancia?

-Ahhh... lo recuerdo todo, hasta la enorme puerta de la casa en La Sabana. Esa imagen no se me olvida en una Margarita mucho más tranquila, donde no había luz y tampoco vehículos. Aquellos caminos eran empedrados, muy hermosos. Ese es el Pedro González que yo conocí.

Vivencias relacionadas con un valle frondoso y de múltiples encantos, lleno de frutales y asociado con las faenas pesqueras por su costa cercana. “Mi abuelo, Baldomero Frontado, y mi papá, Sabás Lazarde, eran socios en el comercio con lo que producían en el conuco La Chica Chica, pero también salían de pesca y vendían lo que sacaban”, recuerda.

Agrega que “mi padre, junto a mi mamá Florencia Frontado de Lazarde formó un hogar humilde, pero muy correcto. Fuimos hermanos muy unidos: Lilia, Eira, Alicia, Betty, Sabás y yo”.

Prueba del tabaco

En especial describe especie del ritual del tabaco que protagonizaban los hombres, jóvenes y niños de la época. “Se hacía lo que llamaban ‘la prueba del tabaco’, desde niños de-bíamos demostrar que servíamos tanto para cultivar el tabaco, como para fumarlo. Nos daban una calilla y una hoja de tabaco que se debía masticar y escupirla en una pared pintada de bahareque”.

Las variedades de tabaco van desde calilla -del tamaño de un cigarrillo- al puro como los que exportan, por ejemplo, países como Cuba.

“Si el joven o niño lo soportaba estaba bien preparado. Habían pasado entonces la prueba”.

“En las noches se hacía un círculo y con los tabacos encendidos se hacía la luz, mientras con el humo se espantaba la plaga”.

Lo recuerda como un ritual, algo ancestral y que desconoce desde cuándo había esa costumbre. Lazarde sonríe para confesar que él no pasó la prueba del tabaco y tampoco nunca ha sido fumador de cigarrillo.

“No colaboré con la calilla porque nunca la pude tolerar. No fui hecho para eso”.

75 y pico de años después entiende que lo suyo no era quedarse en el pueblo entre la humareda tabáquica, ni pescando, sino que llevaba la música en la sangre y que lo suyo giraba al son de la guitarra.




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