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César Silva y Eudora Quintana: en busca de las semejanzas que acortan distancias
La pareja acaba de regresar de una experiencia cultural de dos años en Angola. Esto les ha permitido reafirmar la tesis de toda una vida de trabajo: Venezuela goza de una herencia africana tan determinante como desconocida.
Indiana Galindo Alonso

Foto: TANYA MILLÁN

Ahora César Silva y Eudora Quintana se preparan para sistematizar el trabajo y la experiencia acumulados tras dos años inmersos en la cultura angoleña. / Foto: TANYA MILLÁN

12 Ene, 2014 | César Silva y Eudora Quintana son margariteños de corazón desde hace 20 años. Cruzaron el mar para continuar su proyecto de vida en la tierra de los guaiqueríes y sacar a la luz parte de un legado no tan conocido en estas tierras: el africano.

Las diversiones y manifestaciones populares de Nueva Esparta, especialmente las de Coche, se convirtieron en la materia prima de su labor. Una de las cristalizaciones de sus esfuerzos son las Jornadas de Reflexión sobre la Danza Tradicional, próximas a celebrar su decimotercera edición.

El trabajo del percusionista y agrónomo y de la profesora de Danza y Educación Física en el campo cultural no pasó por alto a los ojos de Jesús “Chucho” García, entonces embajador de Venezuela en Angola, quien con una invitación facilitó la posibilidad de hacer realidad uno de los sueños de la pareja: tomar contacto cuerpo a cuerpo con la cultura, cuya herencia los apasiona desde los tiempos de la universidad.

Poco más de dos años después de que se embarcaran en aquella aventura, César y Eudora están de vuelta con las maletas llenas de experiencias, memorias y aprendizajes que claman por ser compartidos.

De muchas maneras dicen algo que quedó claro desde pisaron Luanda, capital de Angola: la distancia y el tiempo no han borrado los lazos que unen culturalmente a su país nativo con el anfitrión.

La gastronomía, los modos de vida y las construcciones son algunos ejemplos que pone César para ilustrar su tesis. “Angola era la capital del Gran Reino Congo, lugar del que provenían la mayoría de los esclavos traídos a la fuerza a nuestro país, así que no podía ser de otra manera”.

Así, los investigadores descubrieron que los angoleños también comen funche, por ejemplo, y lo preparan con maíz y yuca; sus construcciones son de bahareque y que también utilizan la hoja del plátano en sus cocinas. Hacer que los margariteños y el resto de los venezolanos reconozcan esos elementos como parte de su legado es el empeño de la pareja, la cual se conoció el día que él puso a sonar los tambores a la presentación del grupo de danza de ella en su época universitaria en Maracay.

Lo que habían experimentado durante su trabajo previo en Barlovento y en Nueva Esparta quedó demostrado con esta experiencia que incluyó trabajo con más de 24 agrupaciones culturales, contacto con las comunidades y la grabación de tres documentales sobre sus personajes y costumbres.

Ahora los responsables y fundadores de la organización no gubernamental Danza Percusión planifican la sistematización y divulgación de aquellas experiencias. “Nosotros hicimos un abordaje holístico”, dijo César desde su hogar margariteño para explicar que su aproximación no fue sólo académica, sino que se centró en el contacto directo y la apropiación de las costumbres de aquel país que casi le pareció un espejo del suyo. “hasta en la fisonomía nos parecemos... su gente me recuerda mucho a nuestros afrodescendientes”.

Cada uno de los investigadores encontró todavía más semejanzas en sus respectivas áreas: Eudora no tuvo ninguna dificultad para enseñar a las angoleñas a bailar tambores de los nuestros y César casi no tuvo que explicar mucho a sus pares los golpes que diferencian el sanjuan del culo'e puya y el calipso. La conclusión no puede ser otra: no se trata de una casualidad, de cierta forma, somos la misma gente.

Angola -nación que comienza a recuperarse de más de 30 años de una sangrienta guerra y que aún trata de dar sentido a un pasado marcado por la trata esclavista- es ahora el hogar de la mayoría de los venezolanos radicados en el continente de ébano (unos 400 en total, según cálculos de la pareja). Entre ellos figura un compañero de gentilicio: un asuntino que vive allá con su esposa.




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