9 May, 2024 | Hace poco escribí para este espacio, un artículo sobre Gabriel García Márquez en los 97 años de su nacimiento -iba a cumplirse además la primera década de su muerte-; yo estaba sorprendida de que este escritor siguiera publicando de forma inédita (y claro, póstuma, su novela “En agosto nos vemos”), pero también asombrada porque su renovada presencia no encontró ningún eco en la muchachada: no lo conocían.

Planteé entonces, metafóricamente, que “cantáramos sobre los huesos” de su ignorada y olvidada obra en algunos sectores, sin saber lo que se cocinaba. Semanas después vi el tráiler de “Cien años de soledad” o el avance oficial que hacía Netflix de su serie sobre esta famosa novela considerada la mejor del siglo XX, con la que se propone conquistar el mundo del entretenimiento.

Todo este nuevo boom garciamarquiano trajo además noticias frescas sobre la vida del autor: desde una hija desconocida públicamente pero reconocida por él y su familia, hasta un amor cardinal que trascendió en una amistad por décadas, pasando por estudiosos de su obra y otros afectos entrañables que han dado detalles reveladores.

Uno de ellos mostró recientemente la lista manuscrita de las quince lecturas que el Nobel le sugirió como imprescindibles: en primer lugar La Biblia, seguida por las Mil y una noches, La Odisea, La Divina Comedia, El Quijote, El Mío Cid y hasta los cronistas de Indias. La mención de las escrituras sagradas del cristianismo no me sorprendió, pues creo que la historia de Macondo se la inspiró de algún modo el relato bíblico de Ezequiel, donde éste profetiza la soledad de Egipto durante cuarenta años -por fomentar la infidelidad al Dios de Israel-, luego de lo cual le es dada una oportunidad, pero nunca más como imperio.

Hay similitud con los últimos párrafos de la novela: “Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico (…), descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos (…), pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres (…), porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”

La ascensión de Remedios La Bella también recuerda la de Elías. Sin embargo, García Márquez no era un hombre religioso, aunque en su obra y en su mismo talante hay mucho de sobrenatural. En el documental “Gabo: La magia de lo real”, sus amigos lo califican de brujo, profeta, clarividente. Es conocida la anécdota sobre la premonición que tuvo como reportero el 23 de enero de 1958, en Caracas, cuando sintió que “algo nos va a poner a correr” -o lo que en la actual jerga periodística llamarían “un rayo”, una noticia de última hora- y el resto es historia plasmada en reportaje.

Volviendo a la historia bíblica que pudo haber inspirado al autor, hago una inferencia personal y sesgada. Ezequiel tiene la visión de un muro que se ha de levantar en el templo para separar el santuario del lugar profano, y sabemos que, simbólicamente, Jesús vino más adelante a derribar esa división para que judíos y gentiles -gente de toda raza, pueblo o nación- pudieran tener libre acceso a lo sagrado. En lo literario -digo meramente en lo literario-, García Márquez pareciera abrir apenas una grieta a través de la cual ambos mundos se unen, aunque sin redención.

Muchos relatos se conocerán en los meses y años próximos, y otros se fabularán, alrededor de la leyenda que es este escritor y su Macondo, ambos una pequeña gran rendija literaria entre lo profano y lo sagrado, entre lo real y lo sobrenatural.