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Mango
El mango es una fruta de esas que llaman exóticas, carnosa y de olor intenso. De su leyenda ancestral en la antigua India, formó parte de los frutos sagrados que ingerían los dioses brahamánicos.
Juan Guerrero| @camilodeasis

19 May, 2019 | Si lo probó o no ya es cosa de los historiadores. Lo cierto es que Bolívar estuvo en Angostura, en la Guayana telúrica e infinita, donde el olor de la fruta de la memoria, conocida como marañón, anacardo o caujíl perfuma la sabana cuando cantan las cigarras. Es muy posible que sí, me indicó cierta vez mi querido amigo y cronista de la ciudad de entre ríos, Puerto Ordaz, Leopoldo Villalobos.

El mango de la Guayana es un exquisito manjar de los mejores del mundo. Crece abundante y silvestre, y como decía Leopoldo: En Guayana el mango y los poetas, abundan tanto como la verdolaga.

Yo aprendí a comer los mangos verdes en Maracaibo, mientras cuidaban mi asma con su trementina. Porque tiene mucha y es bueno para calentar los bronquios. Le escuchaba decir a mi madre, mientras me daban de comer los que cosechaban en nuestro patio.

Crecí debajo de una mata de acacia mientras columpiaba mi niñez. Pero siempre tuve cercano el inmenso y frondoso árbol que aprendí a trepar. Igual que las frágiles ramas del níspero.

El mango es una fruta de esas que llaman exóticas, carnosa y de olor intenso. De su leyenda ancestral en la antigua India, formó parte de los frutos sagrados que ingerían los dioses brahamánicos. Traído a las tierras del Nuevo Mundo por los portugueses y españoles, entre los siglos XVIII-XIX, en Venezuela llegó en la nave del español Fermín de Sancinenea hacia 1789. En tierras guayanesas se siembra por primera vez está sagrada y exquisita fruta.

Pero acá no estamos interesados en narrar los orígenes de esta fruta. Más bien nos interesa indicar que el mango, como fruta extendida a lo largo de toda la geografía nacional, se ha convertido en estos años en alimento salvador de vidas.

Ciertamente y por la evidente tragedia por la que atraviesan millones de venezolanos, que apenas le alcanza lo que obtienen de su esfuerzo para comer sardina y gofio, el mango se ha convertido en alimento diario, seguro y nutritivo.

Esta cosecha del 2019 es particularmente abundante razón por la que muchas vidas se podrán salvar. Así de dura está la tan nombrada emergencia humanitaria compleja en Venezuela.

Los árboles del mango cargan en sus ramas la simbólica fruta que se cosecha a “palo limpio” por los hambrientos. Hombres, jóvenes y niños se lanzan a buscar tan noble fruto que se desprende de las ramas o cae también, por los ventarrones que anuncian las lluvias.

Con mis amigos del colegio íbamos a buscar mangos por las calles del Maracaibo de los bellos días. Esos de alegrías cuando caminaba y encontraba por las mañanas en los muros de los frentes de las casas, la fruta recogida por las doñitas quienes dulcemente la recogían por docenas y la colocaban frente a sus casas para que el necesitado las llevara.

Para mí esa fruta nunca ha tenido un valor monetario. Siempre llegó a mí como un regalo. Un obsequio. Y así ocurrió en muchas generaciones por años.

El mango es alimento del alma y del cuerpo. Es una hostia que entregan los dioses como carne, intensidad luminosa de amarillo similar a la divinidad. Por eso sacia, colma y nutre al hambriento.

En San Carlos existe una plaza que los pobladores edificaron para honrarla. También aparece mencionada en letras de canciones y es guaracha y ritmo y sirve de rótulo para comerciales y tiendas.

Por todo esto creo que el mango, como fruta, como alimento y como referencia y cita, en novelas, cuentos y poemas, se ha convertido en símbolo de nutrición integral nacional. Es menester elevarla a un sitial que la honre y sirva para mostrar la fortaleza cultural, gastronómica de la nación.

Se merece denominarla fruta nacional de Venezuela.




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