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"Hay que joder a los escuálidos" Son esta clase de arrimados al poder, al que expolian pantagruélicamente, los que terminan dañando cualquier buen intento revolucionario. Ellos, finalmente convertidos en vulgares pàjaros negros, los del mal agüero, lo que logran es promover apenas lo malo y feo que esconde todo sistema totalitario. Ángel Ciro Guerrero
21 Sep, 2018 | La orden fue dictada por el inefable diputado quien, hace algún tiempo, denunciara que los gringos nos espían a través de la antena del televisor. El mismo que otras veces ha alarmado a la opinión pública con sus imprecaciones, propias de un lenguaje arrabalero, agregando que a los escuálidos, además, "hay que escoñetarlos". Tarea seguramente a cumplir por los militantes revolucionarios. Claro, suponemos se dirigía a los tarifados colectivos. Que, aunque pocos ya, siguen violentos. Son esta clase de arrimados al poder, al que expolian pantagruélicamente, los que terminan dañando cualquier buen intento revolucionario. Ellos, finalmente convertidos en vulgares pàjaros negros, los del mal agüero, lo que logran es promover apenas lo malo y feo que esconde todo sistema totalitario. La afirmación de esta destacada ficha de la asamblea constituyente, no tiene desperdicio. Es una amenaza frontal, directa y precisa, definitiva y concreta. Evidencia fuerza, decisión y valentía. También guapetonería. Retrata al que, rodeado de sujetos bien armados, cobra el peaje en la escalera del barrio y a quien, sabiéndose poderoso, abofetea, escupe y patea al desvalido. Muestra, asimismo, al sujeto que luciendo corbata de firma francesa sobre camisa impecable y traje hecho a la medida, sin embargo anda desnudo denotando que ni alma tiene. Un mandato así dado se asemeja al cumplido por los franquistas asesinos del poeta de Granada, que había cantado a los Olivares en donde fue muerto a balazos sin haber ofendido a nadie. Se parece a la dada a los kremers por Pol Pot, para sembrar de cadáveres lo que en su tiempo fueron los arrozales de Camboya.Igual a las que giraba Stalin, que se tradujo en matar de hambre, de tortura y a fusil a más de veinte millones de contrarios a su dictadura. Idéntica a las proveídas por el Che en La Cabaña, mandando al paredón a los enemigos del recién instalado castro comunismo. Terriblemente exacta a las que, entre abril y junio de 1994, por la radio de gobierno fomentaba el oficialismo hutu, primero incitando entre los suyos el odio ètnico contra los tutsi, después impulsándolos a la matanza, a machetazo limpio, de cerca de un millón de hombres, mujeres y niños en una Ruanda entonces escenario de tan imperdonable crimen en esa África siempre victimada. Lo que este parlamentario le instruyó hacer a sus seguidores, tienen que rechazarlo públicamente tanto el presidente Maduro, jefe del partido y del gobierno, como Diosdado, mandamás de la Constituyente y del militarismo rojo. No hacerlo podría colocarlos en posición comprometida con la siempre repulsiva complicidad. Deslindarse es lo correcto. Condenar esta explícita incitación a la violencia, que puede presagiar tragedia, es una obligación para que a la revolución que pregona ser de paz, mañana y en la calle, no la manche la sangre que pueda ser derramada. Asimismo, el camarada presidente del todavía TSJ, debe aclarar si la inmunidad ampara, autoriza o le permite a este parlamentario formular tan dañina encomienda, no vaya a ser que le hagan caso los locos que por estos días de hambre, desesperación y enfermiza ideologización abundan en el oficialismo. Olvida el diputado en cuestión que, al ordenar tamaño exabrupto, se iguala a los otros locos que hay en la derecha reaccionaria, que piensan de igual modo.. Buena tarea será recordarle a este diputado que su llamado puede ser considerado delito, y que estos delitos tienen, internacionalmente, nombre y apellido: lesa humanidad. Necesario, entonces, hacerle entender que estaría bajo su absoluta y entera responsabilidad, Dios no lo quiera, cualquier incidente, agresión o muerte que le propine al adversario algún disociado seguidor de este individuo que, pareciera no pensar lo que dice o dice lo que piensa por sentirse envalentonado, creyendo que su inmunidad le será eterna.
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