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Rebeldía y libertad
Debemos predicar una sana rebeldía, de nobleza espiritual, de tilde moral... No la rebeldía estúpida que confunde encabritamiento juvenil con lucha por altos ideales, caprichos mediatizados con esfuerzo creador, palabras altisonantes con pensamiento reflexivo.
Juan José Bocaranda E.

3 May, 2018 |

Al Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa

No hay como cantar en libertad/ y a decir verdad /sólo en libertad cabe cantar,/ sin cuadriculaciones filosóficas, / sin alambradas ideológicas, /sin tener que cavar trincheras/ para librar guerras ajenas...

Sin rebeldía justa no puede haber libertad plena y sin libertad plena no puede haber realización individual y social. Ambas deben ser racionales y justas, ambas ceñidas fielmente a la Verdad.

Parece mentira que, después de tanta sangre derramada y de tantas letras y tinta vertidas a lo largo de la Historia, todavía haya necesidad de predicar la libertad. Peor aún que haya que incitar a la rebeldía a los miles de millones de esclavos que doblan las espaldas bajo la sumisión moral y cultural. Por eso, es preciso impulsar al mismo tiempo los dos valores, rebeldía y libertad, en todo momento y circunstancia.

El eminente jurista Von Jhering escribe que es necesario luchar por el Derecho porque el Derecho no cambia solo. Del mismo modo yo afirmo que si deseamos de verdad que el mundo avance y ascienda, se precisa la actividad de los seres humanos por el camino consciente de la rebeldía y de la libertad. Ello implica tomar la firme decisión de sacudirse para siempre la tendencia a la aceptación automática de lo que dice la prensa y de lo que grita esa gran alcahueta y charlatana que llaman televisión; analizar y reflexionar sobre lo que dice Internet, donde no todo es malo y donde no todo es bueno y donde hay cosas mucho menos que buenas; cerrarse a lo que vociferan los políticos y difunden los falsos profetas; no tragar todo lo que digan los demás y cernir y revisar a mayor consciencia las teorías de los viejos y de los nuevos infolios; no dejarnos impresionar por las poses de la petulancia, ni por las carrasperas de los engreídos, ni por los que ocultan el puñal entre hermosas palabras.

Pensar con cabeza propia; amar con nuestro solo corazón; operar con nuestras propias manos; andar con nuestros propios pies; abrir nuestros propios caminos; dejar nuestras propias huellas; responsabilizarnos por nuestros propios errores; pensar y obrar conforme nos lo diga nuestra consciencia. Juremos que no nos dejaremos manipular, atropellar, atragantar, maltratar, reprimir, estupidizar, enlodar, manosear, desviar, pervertir, descarriar ni embrutecer. Que a sus robots les engrasen arandelas y tornillos. No a nosotros, que conscientes asumimos nuestro valor de dignidad.

Debemos predicar una sana rebeldía, de nobleza espiritual, de tilde moral... No la rebeldía estúpida que confunde encabritamiento juvenil con lucha por altos ideales, caprichos mediatizados con esfuerzo creador, palabras altisonantes con pensamiento reflexivo. Debemos estar decididos a sacudirnos el yugo de quienes nos han sacrificado como víctimas de la manipulación y han convertido a los seres humanos en robotoides, máquinas andantes y parlantes, conforme a una programación inconsciente y en función de bajos intereses.

Amar la libertad. En todas sus formas. Sanas. Racionales. De trascendencia verdadera. De ascenso moral y espiritual. Así deberían entenderlo un país inteligente, un mundo verdaderamente racional y de corazón bondadoso, y un ser humano en plenitud de conciencia y valoración.




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