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25 de abril de 2024





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"De que vuelan, vuelan"
Llegaron a la iglesia y, justo antes de entrar, su tío se quitó su llamativo anillo y pasó por instantes. Hay lugares donde ciertos pactos no tienen cabida.
Juan Ortiz | juanortiz051283@gmail.com

25 Abr, 2018 | Esa mañana, luego de un energizante desayuno, se despidió de su tía y se dirigió con su tío a una de las citas más importantes de su vida. Habían acordado reunirse con el rector de la universidad para sopesar la posibilidad de hacer un examen de admisión y cumplir así su gran sueño: entrar a la UCV.

María, para ese entonces, contaba con 22 años. Era una joven muy inteligente y emprendedora. Antes del encuentro con el directivo, su tío la convenció de pasar por la iglesia para pedirle a la Virgen del Coromoto que interviniera por ella en los eventos que sucederían ese día. Ella, a regañadientes, aceptó. María, desde siempre, había sido un poco escéptica; mantenía la convicción de que lo que iba a ocurrir, ocurriría y que nada mejor que el esfuerzo propio para lograr las metas.

Llegaron a la iglesia y, justo antes de entrar, su tío se quitó su llamativo anillo y pasó por instantes. Hay lugares donde ciertos pactos no tienen cabida. María caminó los espacios del recinto hasta que sus pasos la dejaron frente a la imagen de la virgen. Ella empezó a contemplarla. Instantes después se le acercó un hombre de baja estatura con una cesta que contenía pequeñas velas.

—Disculpe, señorita, la virgen parece necesitar una velita para interceder por aquellos que no han podido irse. Tome una y ofréndela, hará un bien —dijo el pequeño señor a María.

—Buenas tardes, señor, gracias, pero no tengo dinero para pagar esa vela —dijo ella, un poco extrañada por el acercamiento del hombre y sus palabras.

—No se preocupe, señorita, yo se la regalo. Ande, colóquela, un alma agradecerá —respondió el hombre. María aceptó y la colocó. El hombre sonrió y se alejó con andar pausado.

María siguió su andar por los pasillos del templo hasta llegar frente a la imagen del Sagrado Corazón de Jesús. La contempló y, a pesar de su escepticismo, pidió dentro de sí por su bien en ese día.

—Disculpe, señorita, debería ponerle dos velas al Sagrado Corazón —dijo el hombre, habiendo aparecido repentinamente por el costado izquierdo de María, dándole un soberano susto.

—¡Señor! ¡Tremendo susto que me ha dado! —dijo María.

—Perdone, señorita, pero tome las dos velas, hará mucho bien. Una para que el Sagrado Corazón y otra para un alma errante que anda cerca...

—Está bien, señor, deme acá —dijo María, colocando las velas en su sitio.

—¡María, llegó el rector, vamos! —se escuchó al fondo, en la entrada del santuario. Era su tío, quién le llamaba sin cruzar el umbral. María se volteó para ir a la puerta, pero antes de tomar su camino miró hacia los lados para dar con el anciano y despedirse. El hombre no estaba. La joven se puso pálida, quedó ensimismada.

—¡María, apúrate! —insistió el tío, con un grito que sacó a la joven del transe.

—¡Voy, voy! —respondió la muchacha, desconcertada, avanzando con el paso y el corazón acelerados.

Al llegar a la puerta de la iglesia notó nuevamente el anillo en la mano de su tío. Él le señaló el camino y ambos se fueron al encuentro con el rector. Al llegar a la oficina hubo un saludo fraternal seguido de una seña con la mano. Los dos hombres conversaron apenas cinco minutos y todo quedó acordado. Claro, no sólo la intervención del tío ayudó, el currículum de María era de aplausos, una estudiante de notas excelentes. El rector emitió una carta con su firma y se la entregó a la joven.

—Bienvenida —le dijo el directivo. Ella no pudo hablar de la emoción, tan sólo juntó sus manos, como quien reza, e inclinó su rostro en señal de agradecimiento, con las lágrimas brotando.

Sí, el rector también firmaba con tres puntos al final de las letras, y también tenia un llamativo anillo.

Al llegar a casa, una hora después, la joven aún mantenía la sonrisa. Fue rápido a la cocina y le contó todo a su tía.

—¡Sabía que te iría bien! ¡Se lo pedí mucho, con velita y todo, a Lino Valles! —dijo la tía.

—¿Lino Valles? ¿Quién es ese, tía? —respondió María.

—¿No lo conoces! ¡Qué raro! ¡Es el santo de los estudiantes! Mira, es este —le dijo, sacando una estampita de su cartera.

María se desmayó apenas vio la imagen. "Ha de ser la emoción", le dijo la mujer a su esposo mientras levantaban a la muchacha del piso y la acomodaban en el sofá.

Quince minutos después, luego de volver en sí, la muchacha le contó a su tía que el hombre en la estampita era el mismo que se le había aparecido en la iglesia ofreciéndole velas para la Virgen de Coromoto y el Sagrado Corazón de Jesús. Allí la tía comprendió todo.

—María, en esa iglesia hay catorce imágenes, pero sólo dos de ellas están consagradas a intervenir por las almas en pena, causalmente las dos a las que te acercaste, las dos a las que este ser te pidió que le colocaras velas. Lino Valles fue un ser muy querido en su pueblo por todos, en especial por los estudiantes; falleció en un accidente de tránsito y se dice que su alma quedó confundida, sin poder irse por completo, haciendo favores a los que pueda y esperando que la Virgen del Coromoto o el Sagrado Corazón le ayuden a partir —dijo la tía. María volvió a desmayarse.

Lo cierto es que habiendo pasado ya treinta años de aquel evento, María lo recuerda vívidamente, y aunque sigue escéptica, no niega el dicho popular que reza que: "De que vuelan, vuelan".




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