23 Nov, 2017 | Chacopata, donde la permanente temporada de pepitonas lo es todo. Tanto como sus pobladores. Modelo social de resistencia. Pórtico de tonos y olvidos. El mar.

Brindándonos, al recibirnos, con su circo de azules infantiles y adolescentes y, un cielo preñado de increíbles figuras, donde cada formación de nubes representa un cuadro, que ya quisieran concebir los mejores pintores de este desenfrenado mundo. Y, hay que aceptar que sólo al cielo se le ocurre este tipo de obras. Mar y cielo los dos únicos artistas que hacen con sus lienzos lo que les venga en ganas y…

¡Ay! de quien se atreva a protestar o pretender un plagio. Mar anhelado con sus peñascos e islotes que conforman una impresionante postal. Con un espejo natural a la izquierda, donde flamingos y garzones -rosa- nos petrifican y hacen sentir, criticándonos el no acudir siempre a esta cita con el amor y la belleza. Canción con músicos y letras del corazón. A la izquierda de la carretera otra preciosa población…

¡Guayacán! El de Gilberto Salgado. Maestro de Hernán Marín en lo de hacer ese Estribillo, puro y, de la sangre. Aún guardo, Gilberto, la vieja cruceta de barco aquella de canto y poesía que me regalaste frente a tu mar, que es y será tu prisión de añoranzas y estadías. ¡Cuántos rumbos en la claridad y, cuántos cielos estrellados!…

¡Estribillos de anudar la amistad! Emoción que no termina y, más, cuando se lleva encajada con un anzuelo cinco y media en una carnada de recuerdos. ¡Quieto, corazón! Seguidamente: Guayacancito, Caimancito… Todos, hijos del Golfo. Y, ya no muy lejos, entre tunas, cardones y abrojos, la población de la espina enconada de azules cautivos y resignados. ¡Manicuare! A orillas del espejo musical de Cariaco. Bañado de alegrías de ayer y melancolías. Manicuare.

Con atormentada y desgarradora fatalidad.

El pueblo triste que jamás pudo evadir la esperanza de celebrar el aura milagrosa de su poeta, condenado a morir por la lepra (Mal de Hensen), de versos y de amor. Cruz María Salmerón Acosta. Angustia popular en crisis. Y, llanto…

Lo declamaba: “Hoy, hasta la esperanza he perdido | suspiro mas por amoroso nido |
que por la gloria vana y el renombre…”

La lepra, espantosa y cruel lo aturde y trastorna. Y, no solo a él, también al querido y sufrido pueblo, su Manicuare. Y digo: a Manicuare se le puede llamar El Pueblo Inconsolable. Ahí permaneció su poeta, Cruz María, cautivo de muerte por unos 18 años. “Nací del mar en infeliz rivera | y esta aflicción que mi alma desespera | cuando empiezo a rimar lo vivido…”

Era apenas un muchacho de 36 años que se nos desaparece físicamente. A fuego lento. Cautivo de sus sueños y esperanzas. De ese murmullo marino, musical en el oleaje, sencillo y trémulo; incansable y en juego con el chapoteo de alcatraces y cotúas. Ante el poema vivencial e inolvidable en el vuelo de la gaviota, que es como una dama que en su candoroso viajar nos invita a brindar horizontes y velámenes…

“Salobre como el agua que empapó mis pupilas | ancho e ilimitado como el dolor sin fin | ese mar de mi golfo me dio mil fantasías | y mi alma de niño cabalgó en un delfín”. Ahí, la humanidad de los azules es un circo de cinéticos montajes. Por eso dolió y dolerá, esta pena de muerte para el lirismo y la poesía.

- ¿Y el poeta?, ¿cómo amaneció, hoy, el poeta?

Y la misma respuesta. Con una voz como sin pulso, sin ánimo, entregada. Como perdida o escondida en la sangre, para no dejarse ver tan resignada, en pena.

- Hoy amaneció un poquito más alentaíto…

¿Azul?