23 Sep, 2017 | Como si fueran aislados y escasos los problemas que se abaten sobre los pueblos de nuestra América Latina, morena, trémula y expectante, se añaden ahora, de modo trágico y diabólica reiteración los desastres naturales. Un huracán -vocablo de la nación Caribe que excita la imaginación y exhala historia- tras otro han venido asolando prácticamente todas las islas del mar del mismo nombre. Si bien sus recursos, especialmente en la era colonial, provenían de algunos productos, la caña de azúcar y sus derivados, melaza, ron, frutos menores, especies, de época reciente para acá su economía ha girado y gira ahora en torno al eje del turismo. Este ha sido quebrado.

Desde la parte nororiental del collar o arco antillano, Dominica, Antigua, Barbuda, Saint Maarten, pasando por Puerto Rico y Santo Domingo, las Islas Vírgenes, hasta alcanzar Cuba y el sudeste de la Florida, con la dolorosa pérdida de vidas humanas, la destrucción y la desolación se adueñaron de toda esa vasta área. Es aún imposible la cuantificación de daños y perjuicios causados por el cortejo de los huracanes. Quizá sean necesarios miles de millones de dólares y mucho tiempo y decidida voluntad, para recuperar las estructuras materiales, escuelas y hospitales, hoteles, centros de recreo.

Sanar las heridas, volver a empezar. Para colmo de males, a semejante huracanada de desgracias, se une ahora a la cadena, el eslabón de México al ser golpeado súbitamente por un violento terremoto.

La nota de esperanza en tan oscura ocasión, brota de la sentida solidaridad que muestra la comunidad internacional, particularmente la latinoamericana que la siente como en carne propia, ante la tragedia. A los múltiples y complejísimos problemas que afectan, en lo económico y social al Caribe y a la América Latina, han venido a agregarse estas calamidades. Es, para todos, un tiempo de desastres.