Porlamar
19 de mayo de 2024





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Gracias por su tolerancia
Al regresarme el dinero, di las gracias y jamás, jamás escuché una palabra amable de su parte. Fue después de que mi compañero las despidió con un “gracias, disculpen” cuando ellas medio susurraron algo que no entendimos qué fue y que quisimos pensar que se trataba de una voz parecida a esta última usada por mi amigo.
Dalal El Laden /http://dalalelladen.blogspot.com / Facebook: Vereda Anónima

28 Ene, 2017 | Reconozco que a veces no sé qué pensar… de mí. Siempre hago todo lo posible por ser amable. Mas reconozco que a veces no sé qué pensar, sí, de mí. En estos casos, en los que dudo, me pongo en el lugar del otro y me pregunto qué pensaría yo de mí si yo fuera el otro. Intentaré explicarme:

Ayer fui a comprar una ropa para niños que me encargaron. Escogí las cinco piezas, se las di a una de las cajeras, luego me llamó otra cajera, me entretuve hojeando una revista, pagué y, casi a punto de salir del local, mi suma mental no me convenció, revisé la factura y me di cuenta de que cobraron seis piezas. Regresé a la caja, esperé que la señorita que me cobró se desocupara, le sonreí y le hice saber:

-Disculpe, hubo un error.

Ella, seria, preguntó qué había pasado, le expliqué, le avisó a su compañera (la misma a la que en un principio le entregué la ropa) y esta última, también seria, señalándome, pronunció:

-Ella me dio la braga.

Al escuchar su afirmación, por un segundo titubeé y me pregunté y me exclamé y me aseguré: “¿Será que yo tenía esa braga en la mano? ¿Pero cómo? ¡Si ni la había visto, ni ahora veo una igual o parecida en esta tienda! No, realmente no estoy confundida”.

Después de mi monólogo sin voz, dije (sin perder por completo mi sonrisa):

-No, yo no tenía la braga. Recuerdo que, antes de darle a ella las cinco prendas, revisé la talla de cada una.

La cajera, aún seria, sin pronunciar “disculpe” ni nada similar, me preguntó:

-¿Quiere cambiar la braga por otra cosa?

-No, señorita, sólo necesito llevar lo que escogí -mi sonrisa aún estaba.

Después de unos minutos, la cajera me volvió a preguntar si quería cambiar la braga por otra camisa o por otro pantalón y fue allí cuando mi tolerancia le habló al adiós:

-No, señorita, le dije que no… por favor -creo que con este “por favor” quise intentar que ella se pusiera un segundo en mi lugar-. Nunca toqué esa braga, no sé de dónde salió, ni siquiera la veo exhibida.

La seriedad de ambas trabajadoras siguió. Una de ellas se concentró en la pantalla de su computadora, y la otra se dedicó a escribir sobre unos papeles.

Al regresarme el dinero, di las gracias y jamás, jamás escuché una palabra amable de su parte. Fue después de que mi compañero las despidió con un “gracias, disculpen” cuando ellas medio susurraron algo que no entendimos qué fue y que quisimos pensar que se trataba de una voz parecida a esta última usada por mi amigo.

Salí de ese local acompañada de un sinsabor, reviviendo todo lo ocurrido, diciéndome a mí misma que a veces no sé qué pensar de mí; que por más que intenté no perder la tolerancia, me fue imposible, sin embargo, el sinsabor medio se calmó cuando también reviví que, con mi último “gracias”, retomé un poco mi sonrisa, sonrisa que, tristemente, jamás llegó a los labios de ellas.

Ahora, mientras escucho “Justicia”, una de mis canciones favoritas, reconozco que no, no quiero justificar el trato que recibimos en ese establecimiento y tampoco quiero culparme -aunque lo lamento- por haber llegado a la intolerancia, solamente me permitiré expresar que este hecho lleva a recapacitar en que, muchas veces, nuestras actitudes son el reflejo de la difícil situación que estamos viviendo en nuestro país... mas no, "no voy a llorar por ti (...) Sigo creyendo que lo malo acaba, que lo bueno viene, ¡la conciencia te llama!”.




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