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Refugiados sirios que viajan a Roma dejan atrás los campos y sus dramas
Llegan acompañados de algunos familiares y, como se les ha indicado, llevan cada uno una maleta que no pesa más de 23 kilos, lo que permite la compañía aérea, aunque algunos ante la falta de maletas llevan sus enseres en grandes bolsas de plástico.
EFE

Foto: EFE

La gran mayoría de desplazados son mujeres y niños. / Foto: EFE

2 May, 2016 | Un grupo de los 101 refugiados sirios que viajarán esta madrugada a Italia abandonan hoy los campos de Trípoli, al norte de Líbano junto con la frontera siria, donde han pasado los últimos años, llevando consigo tan sólo una maleta y dejando atrás los dramas que han vivido hasta ahora.

Aunque el avión de la compañía Alitalia que les llevará a Roma partirá a las 4 de la madrugada, la cita frente a la gran mezquita de Trípoli es a la una de la tarde, ya que tienen que llegar hasta Beirut para reunirse con el resto de los refugiados con quienes viajarán gracias al proyecto de los "pasillos humanitarios" que han puesto en marcha la asociación Católica y las Iglesias Evangélicas italianas.

Llegan acompañados de algunos familiares y, como se les ha indicado, llevan cada uno una maleta que no pesa más de 23 kilos, lo que permite la compañía aérea, aunque algunos ante la falta de maletas llevan sus enseres en grandes bolsas de plástico.

En su equipaje, ropa, los juguetes preferidos de los niños y algunas fotos de los familiares, pero casi ningún recuerdo de Siria pues lo perdieron todo.

En la época digital, los recuerdos se llevan en la memoria del teléfono móvil donde, como enseñan, se guardan los mensajes y fotos de los seres queridos.

En la gran explanada ante la mezquita, una pareja joven con sus dos bebés, ambos sordomudos debido a un problema genético, se despiden entre lágrimas de su padres y amigos, ya que sólo ellos han podido ser elegidos debido al enorme problema que tienen que afrontar con sus hijos discapacitados.

Cada uno de ellos cuenta la historia que se deja atrás para siempre.

En uno de los dos autobuses que recogen a los refugiados que vivían en Trípoli viaja una joven madre, Abir, y sus hijos, un niño de 8 y una niña de 4, que han vivido el infierno de pasar tres años y medio en un campo de refugiados palestinos.

Abir es la única que habla inglés de todo el grupo y ayuda a los cooperantes a dar las instrucciones en árabe al resto de sus compañeros de viaje, es licenciada en Física y enseñaba en la universidad de Homs.

Tuvo que escapar cuando su hermano fue asesinado después de que su propio marido le delatase al Gobierno sirio. Entregó todo su dinero y la casa a su esposo para poder obtener la custodia de sus hijos y puso rumbo a la frontera.

También viajan la familia Al Aabayan, con sus cuatro hijos. La más pequeña, Raghad, de tres años, sufre de talasemia y otro año más en un campo sin atención médica y sin los fármacos necesarios habría significado su muerte.

En el autobús, los críos expresan su entusiasmo por el viaje y piden que se les enseñen las primeras palabras en italiano o escribir su nombre, mientras que los adultos llevan varias semanas aprendiendo por su cuenta o llevan diccionarios de bolsillo para poder entenderse con los italianos a su llegada.

En este segundo "pasillo humanitario" hacia Italia, después de los 93 que llegaron en febrero, viajan sobre todo mujeres solas con sus hijos.

Una de ella es Isaa, rubia, vestida como cualquier chica occidental y un pasado en una familia acomodada, y que viaja tímidamente con su hijo Mohammad de 4 años, después de haber sufrido un viaje a Turquía que terminó en una brutal paliza por parte de las mafias y su regreso a Damasco.

Otra es Fátima, viaja sola. Enseña en su teléfono móvil las fotos de sus dos hijos que viven en Marruecos, donde llegaron huyendo de las amenazas del Ejercito Islámico (EI).

Abir explica a Efe que muchos de las personas que viven en los campos ya se han puesto en contacto con las mafias para atravesar el Mediterráneo y llegar a Europa y que les piden 3.500 euros por persona.

"Incluso me lo planteé, pero cómo iba a viajar yo sola con mis dos hijos en una barca y si uno caía al agua, yo qué hacía, a cuál de los dos dejo solo, y además yo no sé ni nadar", cuenta con alivio.

Abir y sus hijos, Issa, Mohammad y su hermana Haifaa ya no tendrán que plantearse subir a una barca, y este es el lema que repiten una y otra vez los cooperantes de los "corredores humanitarios".




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