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La Delpiniada: 130 años de una velada inolvidable
Es durante este período, 1884 en adelante, cuando aparece con más intensidad el fermentado producto del “delpinismo”.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

21 Oct, 2015 | El imperativo de Antonio Guzmán Blanco fue civilizar al país siguiendo las pautas de la modernización europea. Su paradigma era Francia; no gratuitamente moriría en esta nación. En algunos entreactos de su ejercicio de gobierno despacharía teniendo a la vista la Tour Eiffel y los Campos Elíseos. Después del Septenio (1870-1877) se tomaría un descanso y colocaría como sucesor a su amigo Francisco Linares Alcántara, el que no vacilaría en traicionarlo, pero que bien pronto sería depuesto por una muerte sospechosa.
Fue durante su truncado ejercicio en la presidencia cuando fueron derribadas las estatuas de Guzmán Blanco, el “Saludante” y el “Manganzón”. Poco después los celosos guardianes de Guzmán Blanco, la denominada Hermandad de la Adoración Perpetua, no tardarían en llamar a su redentor para que regresara de la “Ciudad Luz” a salvar a su querida Venezuela. Cinco años más “sacrificaría” de su tiempo a la patria, aunque su espíritu siempre estuviera jalonado por una permanente ensoñación en la orilla del Sena.

Concluido el Quinquenio, convocaría a ocupar su lugar a otro fiel, Joaquín Crespo.

Es durante este período, 1884 en adelante, cuando aparece con más intensidad el fermentado producto del “delpinismo”. Ya corría en la Caracas de entonces la fama de un obrero que trabajaba en una sombrerería, Francisco Delpino y Lamas, quien era víctima de la chacota popular por los disparatados versos que daba a conocer, por su idílico amor a una mulata, la Ninfa Flora, así como por unos enrevesados poemas que terminó llamando “Metamorfosis”. Los delpinistas eran poetas, escritores, políticos, librepensadores desafectos a la omnipresencia de Guzmán Blanco, al culto a la personalidad que le rendía cierta babosidad entronizada en el poder.

Ciento treinta años se cumplieron del hecho más trascendental de la aedocracia en el siglo XIX: “La Delpiniada”, acontecimiento que tuvo lugar el 24 de marzo de 1885, día de Santa Florentina, en el Teatro Caracas, prestigiosa institución cultural erigida por los Monagas, y donde sería homenajeado y coronado el antiguzmancista Francisco Delpino y Lamas. La sátira que montaron los organizadores, enemigos de Guzmán Blanco a no dudar, se valieron de la ingenuidad del “Chirulí del Guaire” (Delpino y Lamas), llamado también “El Arrendajo de San Juan”, “Ovidio venezolano”, “Curuñata del Guarataro” y “Cantor del Caroata”.

La farsa resultó deslumbrante, apoteósica, llamada Velada Literaria en honor al poeta del Guaire, en cuya Junta Directiva estaba el futuro autor de “Peonía”, Manuel Vicente Romero García, a quien se atribuye una frase definidora de nuestra identidad: “Venezuela es el país de las nulidades engreídas y las reputaciones consagradas”. Transcurrido más de un siglo, padecemos la misma miopía y lejos estamos de una “delpiniada” por falta de poetas.




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