13 Oct, 2015 | No llegó a Margarita en goleta, luego de una pesada travesía por el mar desde La Guaira, sino que lo hizo en un tranquilo viaje en avión desde Maiquetía. Tampoco desembarcó por Pampatar, para encontrarse con militares subalternos y encopetados insulares, sino que arribó por el Aeropuerto Internacional del Caribe, en El Yaque, siendo recibido por el calor humano y el afecto de los insulares.

Mucho menos entró a La Asunción con 300 hombres a caballo, por el arenoso camino de Atamo, sino que se presentó con una respetuosa comitiva por la asfaltada calle de La Portada. Y para rematar, no se fue a echar a palos ni a demostrar sus dotes de bailarín y enamorador en Porlamar, en los 15 años de Lirio del Valle, sino que prefirió visitar a la Virgen del Valle, y al Cristo del Buen Viaje en Pampatar, en su primer recorrido oficial por las parroquias de la región, una vez asumida la primacía como pastor católico de Margarita.

No hay comparación entre los dos y solo el apellido Castro los une en un lejano pasado. El primero, el Cabito Cipriano Castro, siendo presidente visitó la Isla en 1905. El segundo, Monseñor Fernando Castro, vino a dirigir la Diócesis de Margarita. A Cipriano solo lo movía el poder terrenal, imponer su voluntad sin que nadie chistara; mientras que a Fernando lo mueve el salvar almas, predicar la buena nueva del Reino de los Cielos.

De Cipriano únicamente se recuerda aquí el famoso vals que el maestro Vicente Cedeño compuso para Lirio del Valle y que rápidamente cambió de nombre a “Castro en Margarita” para agradar al mandón de turno; en tanto que las páginas del Obispo Castro en nuestras Islas, apenas comienzan a escribirse. Lo cierto es que de entrada, el prelado cayó bien a margariteños y cochenses, y si sigue así, consustanciado con nosotros, hasta su canción podrían sacarle. Monseñor, bienvenido a su nueva casa.