10 Oct, 2015 | "Dichosa edad –nos dijo el Quijote-, y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquélla sin ventura alguna, sino porque entonces los que en ellos vivían ignoraban estas dos palabras de 'tuyo' y 'mío'". Aquélla edad era lo que conocían griegos y romanos bajo el reinado de Cronos. Cuando los hombres no conocían el mal ni el sufrimiento. Vivían en continuo estado de alegría y felicidad. La naturaleza daba todo lo que se necesitaba. No había vejez y la muerte era un dormir apaciblemente.

Pasado el itinerario de las subsiguientes edades: plata y bronce alcanzamos, o mejor diremos, descendimos a esta: "la edad de hierro". Los hombres comenzaron a apropiarse y acumular objetos y mercaderías, terrenos y ganados. Ahí comenzó el sufrimiento. Se llegó al tiempo del crimen, del robo, del odio, de las guerras, de las enfermedades, del hambre. ¿Habrá ilusos e ingenuos, despistados o erráticos quienes crean que andamos por el mejor de los caminos? ¿Cuánto tiempo lleva ya nuestro pueblo persiguiendo obstinadamente la quimera vaporosa y siempre esquiva de la justicia social, la igualdad jurídica para todos, la armonía de todos los segmentos arracimados en esta tierra llamada un día "Tierra de Gracia", nuestra Venezuela, tensa, salvaje, trémula y esperanzada pero también doliente?

Pudimos rozar, con el chorro petrolero, la bonanza y una saludable y justa distribución de la riqueza. Nos hallamos ahora en la edad de hierro. No deben buscarse excusas, justificaciones ni señalar culpables.

Todos hicimos realidad esta edad de hierro.