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3 de mayo de 2024





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La gracia del Periodismo
Han pasado más de cincuenta años de aquella fiebre que no se me pasa y sigue crudita, disfrutando la alegría incomparable que se experimenta al ver lo que uno escribe para bien del pueblo, retratado en la “letra de molde” de los periódicos. ¡No hay nada como eso!
Mélido Estaba Rojas / melidoestaba@gmail.com

25 Jun, 2015 | Uno de los pocos aciertos de mi transitar mundano -quién sabe si el único- ha sido estudiar Periodismo (o Comunicación Social, como le dicen ahora) y eso lo sé porque desde el primer día que entré a las aulas, tuve el pleno convencimiento de que allí se centraba mi existencia, y que aunque me botaran por malo, o por lo que fuera, yo seguiría insistiendo, empujando la puerta para estar en la profesión. Han pasado más de cincuenta años de aquella fiebre que no se me pasa y sigue crudita, disfrutando la alegría incomparable que se experimenta al ver lo que uno escribe para bien del pueblo, retratado en la “letra de molde” de los periódicos. ¡No hay nada como eso!

Entonces, sólo existían las escuelas de UCV, UCAB, y LUZ, y los cupos sobraban porque pocos locos estaban interesados en estudiar Periodismo. Con la flojera mental que me ha caracterizado siempre, y a fuerza de empujones, me anoté en la UCV para disfrutar las lecciones de verdaderos profesores. Jesús Rosas Marcano, margariteño y padrino de mi promoción; Héctor Mujica, Eleazar Díaz Rangel, Federico Álvarez y su esposa Olga, Adolfo Herrera y Gloria Cuenca, Luis Aníbal Gómez, Juan Páez Ávila, Pedro León Zapata, Aníbal Nazoa, Adriano González León, Ramón Escovar Salón, J.R. Núñez Tenorio, Alexis Márquez Rodríguez, Luis Cipriano Rodríguez, estuvieron entre nuestros formadores. Cómo sería de enriquecedora aquella jornada que el interés por disfrutar las clases superaba el trasnocho juvenil de cualquier recién llegado a la apetecible Caracas, invitadora, complaciente y segura.

Los margariteños albergamos en un lejano escondite de nuestra genética, una considerable inclinación por la docencia, probablemente porque ante las apretadas condiciones económicas, hacerse maestro normalista o pedagogo era una
grata fórmula para “desocuparnos temprano del estudio y encontrar trabajo ligerito”. Nuestra región ha ofrecido acertados ejemplos en la oportunidad de hablar acerca de educadores de casta, que no admiten discusión porque existen lecciones testimoniales con humildad en este campo. Ahora cuando los periodistas celebramos, tengo la obligación pero también la necesidad de anotar que entre mis amores más queridos están mi hija Mónica Cristina, -también periodista- la Universidad Central de Venezuela, y la profesión que ella me dio sin pedirme nada a cambio, sino más bien otorgándome una beca de 400 bolívares mensuales, durante toda la carrera (la primera vez que la cobré vino con retroactivo de cuatro meses, y por poco me dio un blanquín al ver en un solo bojote 16 billetes de cien bolívares) Como si ello fuera poco trabaje 27 años en ella y ahora soy su jubilado.

En esos tiempos de estudiantes, llegábamos a disfrutar las vacaciones a fuerza de corocoro y catalana frita; y nuestra progenitora se fajaba pilando, amasando, tequenando y tendiendo arepas y telas que iba zumbando sobre la mesita, mientras se hablaba de las profesiones de moda e interés: medicina, ingeniería y derecho. Al son de la comida aliñada con guarapo, y en uno de sus viajes al fogón, mamá notó que yo poco intervenía en los temas tratados por mis hermanos, y me preguntó “mira mijó… y ¿qué es lo que tu estudias? Y yo, que casi esperaba la pregunta, aclaré la voz con el orgullo más grande para responder: “Periodismo, mamá… yo estudio Periodismo”. Entonces ella replicó, con un injerto de ignorancia e inocencia en su mirada, mientras los comensales largaban la risa:

-¿Periodismo? ¡Ay mijito! y…¿Esa vaina también se estudia?




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