1° Abr, 2015 | Una conmemoración más, que se repite cada año, llamada Semana Santa. Si se viviera, guardara o rememorara como el Señor lo quiere, sería de gran provecho para el mundo (almas y cuerpos). Se trata, nada más ni nada menos, del episodio más importante que celebra la religión cristiana, cuyo contenido es el cumplimiento de la misión que Jesús vino a realizar por la voluntad del Padre, para, a través de ella, redimir al género humano, separado de nuestro Creador, como lo revela la palabra de Dios en la carta del apóstol Pablo a los romanos: "Por cuanto todos pecaron, están destituidos de la gloria de Dios". Esto equivale a una sentencia condenatoria que el Padre en su justicia debía proclamar, pero en su amor y su misericordia infinita, la ejecutó en su amado hijo, quien recibió toda la carga expiatoria, tomando nuestro lugar. Por eso su sacrificio fue tan terrible, llevó sobre sus hombros todos los pecados del mundo, pasados, presentes y futuros. Lamentablemente todavía, después de tantos siglos, el género humano no ha encontrado el verdadero camino. Hay unas grandes mayorías con mucha ignorancia en materia de fe, porque se le ha puesto mayor énfasis a las tradiciones y ritos, que al espíritu de la Palabra, que es lo que transforma la conducta del hombre. Por eso se debe acentuar su lectura y práctica, porque es la Biblia la revelación que El nos hace para darse a conocer a través de sus voceros: profetas y evangelistas. Se manifiesta además, la figura de Jesús en el Nuevo Testamento, como el ÚNICO camino, la verdad y la vida, para llegar al Padre. Lo mínimo que podemos hacer, en agradecimiento, satisfacción, alabanza y adoración, es buscarlo a través de la práctica de los valores cristianos, de unidad, obediencia, solidaridad, perdón, piedad y misericordia. Nunca debemos olvidar que son los valores espirituales los que engrandecen al hombre y que las riquezas materiales son vanidad y un obstáculo para encontrar el verdadero y único camino al cielo. Al final, la resurrección, es el triunfo del bien sobre el mal. Es la proclama de cómo los demonios fueron vencidos y que el hombre tiene abierta la posibilidad de llegar al cielo sin otra carta de navegación, que la de reconocer sus pecados y aceptar el sacrificio en la persona de Jesús como su único salvador.