29 Nov, 2014 | En algún alejado rincón de la memoria del hombre late la sed de justicia. La búsqueda de la felicidad colectiva, del bienestar de todo el grupo social, empezando por niños, mujeres y ancianos, débiles o discapacitados es tan antigua y remota como la historia misma de la humanidad. Un eminentísimo humanista venezolano, Isaac J. Pardo en denso y hermoso ensayo, ("Fuegos bajo el agua", Edit. "Ayacucho") traza pormenorizadamente la incesante, fatigosa y denodada lucha de algunos hombres, desde mucho antes del milagro griego, en lograr la "Utopía", el ámbito donde se opera el milagroso proceso de generar y distribuir equitativamente todas las riquezas, y en el cual se vive la felicidad.

Tan poderoso como persistente mito se mineraliza con el progresivo desenvolvimiento del ser humano, y, desde luego en cuanto más van creciendo, organizando y midiendo sus respectivas fuerzas, las clases sociales. Pero también surgen cada vez, salto tras salto, avances y retrocesos, muchas ilusiones. Algunas se tornan insuperables. El hombre cree, cada vez más, que los enormes y espectaculares logros alcanzados en el control de las ciencias y las técnicas le harán todopoderoso, infalible, semejante a los dioses. Inmune a plagas y enfermedades, a las desgracias, a la vejez, incluso a la muerte. Una sociedad totalmente igualitaria y auto-satisfecha ya lo sabemos, es prácticamente inalcanzable. Resulta entonces que la vieja utopía, formadora de un nebuloso cúmulo de ilusiones deviene un mito.

Como en la gran novela de George Orwell que desvela en forma satírica la sangrienta dictadura totalitaria de Stalin, en nombre del socialismo, "Rebelión en la Granja", "todos los animales son iguales, pero hay unos que son más iguales que otros". Nos lo prueba la crónica brasileña de la nana del ministro.