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Malditas drogas
No hay argumentación posible ante la violencia que desencadenan las drogas en la personalidad de quienes las consumen, habitualmente por hacerse dependientes.
Crisanto Gregorio León crissantogleon@gmail.com

2 Oct, 2014 | Si el que vende las drogas, solo por un segundo se percatara que podría ser su hijo o hija quien las consumiera, experimentaría el desasosiego y la impotencia de un padre o de una madre al ver a su descendencia destruida, cuando por efecto maligno de esas sustancias los hijos pierden la razón y desconocen la bondad del corazón de sus padres.

No hay argumentación posible ante la violencia que desencadenan las drogas en la personalidad de quienes las consumen habitualmente por haberse hecho dependientes. Ningún código moral, ninguna norma de respeto, ninguna consideración, impiden que los jóvenes se desfiguren de la realidad y mediante alucinaciones que se adueñan de sus mentes, se hacen títeres del influjo perverso de las drogas.

La droga destruye al enfermo consumidor y a su destruye a su familia. Ahuyenta y fatiga
el esfuerzo de quienes quieren ayudar al enfermo; cuando el amor queda indefenso ante la violencia desatada por las drogas. No entienden los consumidores el amor de los padres al soportar las barbaridades a que son sometidos por sus hijos, ante el maquinal efecto de esas sustancias.

El temor por la propia vida incluso, desgasta a los padres en sus esfuerzos cuando las malditas drogas se han apoderado de sus hijos y por las fantasmagorías que producen en sus cerebros se adueñan de un mundo que no les pertenece y en la etapa más crítica el enfermo ya no sabe lo que es realidad y lo que no lo es. La locuacidad y el cambio teatral hacen presencia en quienes aun gozando de un alto coeficiente intelectual, se han doblegado ante el influjo destructor de las drogas.

La negativa a dejarse ayudar, encamina a una postración rápida y va destruyendo las capacidades cognitivas y de visualización exacta de la realidad, hasta hacer del enfermo consumidor un zombi al servicio de la adicción, sin voluntad creadora que lo impulse a salir del pozo del veneno.

El enfermo que se niega a internarse para recuperarse o que por consideraciones equivocadas no asume su dependencia como algo dañino, solo está ganándole agigantados pasos a su propia destrucción. Vendedor de drogas imagínate a tus hijos en semejante postración por haber consumido ese letal producto.

Solo percátate de observar tu familia destruida, desecha y dividida, por tu afán de hacer dinero con la vida y los destinos de otros.




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