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Hasta donde me permita la vida
Estoy leyendo “Un paseo por la sombra” (1997), el segundo volumen de la autobiografía de Doris Lessing, y, la verdad, de alguna manera me he sentido aliviada al llegar a su reflexión en cuanto a la dolorosa realidad del mundo de los libros.
Dalal El Laden ladendalal@hotmail.com Facebook: Vereda Anónima

13 Sep, 2014 | No es “Me he dado cuenta QUE todo es muy simple”. Lo correcto es “Me he dado cuenta DE QUE todo es muy simple”. Cada vez que leo un libro, la impotencia y, sobre todo, la tristeza me invaden al ver la cantidad de horrores impresos en él. He llegado al punto –quizás para desahogarme- de transcribir las faltas en mi libreta. He llegado a contarlas y, lamentablemente, tanto mi impotencia y mi tristeza como mi coraje crecen sin parar. Siempre, siempre, al detectarlas, detengo mi lectura para preguntarme: “¿Cómo pueden imprimir un libro así?”. “¿Qué más le espera a nuestro lenguaje?”. “¿Dónde están los editores?”. “¿Por qué tanta indiferencia?”. “¿Cuesta mucho respetar el idioma?”.

Estoy leyendo “Un paseo por la sombra” (1997), el segundo volumen de la autobiografía de Doris Lessing, y, la verdad, de alguna manera me he sentido aliviada al llegar a su reflexión en cuanto a la dolorosa realidad del mundo de los libros. Esta obra fue traducida al español por María Faidella, y quien haya sido el corrector, en general, de lo que llevo leído, hizo un buen trabajo.

Me permitiré transcribir algunas palabras de Lessing, tomándolas de distintas páginas, sin un orden específico, uniendo una y otra reflexión, con el fin de que juntos (editores y no editores, ya que a todos debe importarnos nuestro idioma), precisamente, reflexionemos y, a la vez, seamos cada vez más los que -no solo nos preocupemos- nos ocupemos en poner nuestro “grano de arena” para intentar salvar nuestra lengua, en este caso, española, que tanto necesita nuestro inmediato auxilio:

“Quién sabe si volveremos a una situación en que los editores pongan interés en que los libros estén bien editados y cuidadosamente revisados. Los lectores se habrán dado cuenta de que los libros no son como antes: están llenos de faltas. Ello se debe a que ahora, con los recortes de gastos ordenados por el departamento comercial, muchas editoriales prescinden del revisor, excepto cuando un escritor se pone firme e insiste”.
“Creo que la auténtica vida del escritor sólo puede entenderla otro escritor… y pocas personas más. Antes eran los editores. El mundo editorial ha cambiado tanto que resulta difícil creer que girase en torno a la relación entre el editor y el escritor. En los años cincuenta, cada editorial la había fundado un solo hombre –entonces eran hombres- enamorado de la literatura; solían arriesgar todo lo que tenían, normalmente contaban con escaso capital y, sí, a veces eran pésimos hombres de negocios. Iban a la caza de nuevos escritores, les apreciaban, publicaban libros de los que tal vez solo vendían unos centenares de ejemplares”.

“El apasionado amor que el editor siente por la literatura influye en la obra del escritor, y la capacidad de discernimiento que resulta de tantas lecturas permite una mejor crítica del libro y una presión sobre el autor para que lo mejore (…). Ahora los editores así ya no abundan”.

“Se publican buenos libros, los buenos escritores sobreviven, pero se ejerce toda clase de presiones contra los libros pequeños, raros o especiales. Todos los que nos interesamos vivamente por la literatura tenemos una lista de libros que consideramos entrañables, pero que ya no están a la venta, que ni siquiera se han publicado o que se han publicado pero los editores no se han tomado la molestia de vender. A la larga, la negligencia para con estos libros de difícil publicación afectará negativamente al mundo editorial en general. Hubo una vez en que los editores conocían perfectamente la importancia de esos libros difíciles, pequeño manantial de burbujeante vitalidad. Algunos de nosotros recordamos con añoranza aquellos días en que algunos editores decían: `Ni usted ni yo ganaremos con este libro, pero hay que publicarlo´”.

Releo y releo esta última frase, y la impotencia y el coraje se esfuman de mi ser. Releo y releo esta última frase, y solamente siento que me ahoga la tristeza. Deseo con toda mi alma que la tristeza no termine ahogándome, para que, hasta donde me permita la vida, pueda seguir luchando por nuestro idioma español, por respeto a él, por respeto a mí misma, porque es parte de usted, de mí, de nosotros, de nuestra cultura, de nuestra esencia, de lo que somos.




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