Porlamar
26 de abril de 2024





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A toda prueba de subsistencia muchos buscan la prosperidad en las calles
En zonas urbanas y dinámicas como Porlamar se mezclan infinidad de historias donde se demuestra que el venezolano tiene coraza para salir a trabajar en lo que sea, a la buena de Dios, y confiado en que ese día "será bueno". Apuesta al optimismo entre "junglas" de concreto.
Yanet Escalona

Foto: YANET ESCALONA

Vendedor de zarcillos en su oficio. / Foto: YANET ESCALONA

28 Ago, 2014 | Omar José Rangel Silva se instala en la calle Mariño de Porlamar y abraza con orgullo su particular portafolio para mostrar hileras de zarcillos de variados colores, con la particularidad de que todos los ofrece a un mismo precio: Bs 50.

Para que no queden dudas de la oferta, al extremo derecho superior de su "vitrina" ambulante, coloca el billete verde de tal denominación, identificado desde su emisión por parte del Banco Central de Venezuela (BCV) con la imagen de don Simón Rodríguez. Con la nueva realidad esos bolívares que eran fuertes, a fuerza de alta inflación, ya no son tales.

A Rangel no le hacen mella los análisis financieros ni macroeconómicos. Lo suyo es salir cada día a la calle y con buen pie, confiado en la potencialidad de este negocio itinerante que le da para vivir.

Aparte de la plaza Bolívar y La Ronda de Narváez, el resto del ornato de Porlamar muestra un rostro bien descuidado. El secreto del negocio está en aprovechar el paso de centenares de transeúntes que desembocan en la ciudad marinera, tanto para hacer sus compras, como en tránsito para desplazarse hacia sus lugares de trabajo, o en "horas pico" hasta sus residencias. A las cinco de la tarde comienza la estampida. Permanecer hasta la noche no garantiza un regreso seguro a casa.

Un guaro en la Isla

Rangel Silva es de Barquisimeto, estado Lara, "a mucha honra", afirma este "guaro" que arribó a Margarita hace 10 años, región de la cual no se queja. Reside en Las Piedras de El Valle del Espíritu Santo, municipio García desde donde se desplaza cada día hasta el centro de Porlamar, en el municipio Mariño.

-Junto con mi esposa fabrico estos zarcillos artesanales, los cuales vendo al mayor y al detal. Son de buena calidad, elaborados en Gold Tpc laminado en dorado. Los ofrezco a 50 bolívares, porque a la gente como están las cosas se le debe garantizar la economía.

En su condición de evangélico, afirma que también actúa "bajo la dirección de Dios". "Somos fabricantes y doy la oportunidad a las personas para que en vez de uno, compren dos pares de zarcillos".

Indica que son modelos creativos y muy convencionales, que no pasan de moda. Asegura que para él todo el año es temporada, y no se queja.

-Tengo cinco años trabajando en esto y he marcado mi propio estilo. Así me he mantenido con ganancias aceptables, sin especulación.

Cuando se le pregunta sobre la calle Mariño, por donde se desplaza ese día, admite casi en voz baja, como si hubiera gente escuchando alrededor, "es zona roja".

-La mayoría somos gente buena, pero también hay quienes andan por mal camino. Tanto hombres como mujeres.

-¿Qué necesita Porlamar?

-Aun cuando por ahí está la Guardia y la policía, pienso que necesita más seguridad, mejor ornato y, sobre todo, áreas verdes. Que uno se sienta en una ciudad bonita y más agradable para transitar y comprar.

"Ah, y coloque allí que a pesar de ser turística, en el centro no hay un solo módulo de información, ni folleto con dirección o lugares a visitar. A uno es que le preguntan dónde queda esto, o dónde queda lo otro. Me la paso dando las direcciones. Considero que eso no debe ser. Qué les cuesta tener aquí un punto de información para orientar al turista", se pregunta.

De pescador a vendedor

La historia de Hilario Salazar, de 65 años, habla de un hombre que antes de vender jugos de naranja y batidos de frutas en Porlamar, trabajó de todo un poco y hasta fue pescador en su natal isla de Coche, siendo originario del caserío de Güinima.

Relata que como vendedor de jugos comenzó realmente en la Igualdad, pero como esa calle se fue depreciando, optó por agarrar más hacia el centro, en procura de un mayor rendimiento comercial. Da gracias a Dios de que a través del IVSS también logró su pensión, "porque es una verdadera ayuda", afirma.

Le gusta madrugar, y ya a las seis y media de la mañana está en la calle, donde permanece hasta las dos de la tarde, cuando regresa a su casa en La Cruz del Pastel.

Confiesa que le gustaba mucho la pesca, pero las circunstancias lo obligaron a ejercer otras labores, como la que desarrolla en la actualidad. En la calle Mariño tiene su clientela, y entre licuadoras y exprimidor de jugos van saliendo los pedidos. Hasta merengadas de cambur vende, si el cliente se la pide.

Foto: YANET ESCALONA

Hilario Salazar: vendedor de jugos y batidos. / Foto: YANET ESCALONA

-¿Cómo sobrelleva la situación económica actual?

-Bueno, uno se las arregla, pero realmente todo está caro. Hay que tener paciencia –agrega, mientras pica las naranjas, ante la solicitud de una señora que se acerca con su nietecita para compartir el dulce jugo.

En razón de la higiene, Hilario Salazar se coloca su bata blanca y usa gorra. Trata de inspirar confianza para que los transeúntes compren sus batidos y jugos sin reserva. A su lado una empanadera también hace su agosto, sobre todo por parte de temporadistas ansiosos de saborear las empanadas margariteñas.

Taller de elaboración

En el centro de Porlamar también hay quienes se dedican a la laboriosa tarea de elaborar pulseras, collares, tejidos y cintillos.

Por momentos se convierte en un taller de manualidades a cielo abierto, porque mientras amaina la venta, sobre todo muchas mujeres aprovechan el interín para elaborar sus confecciones.

En los bulevares o cerca del parque Fray Elías Sendra buscan cualquier recoveco para realizar sus trabajos, aparte de atender a los niños en medio de los ventorrillos. Es temporada de vacaciones y aún los pequeños no van a la escuela. Por eso cargan con sus muchachos.

Comparten de ese modo días de movimiento en una ciudad polifacética, donde se ofrece de todo y se comparte una zona urbana que cada quien aprovecha a su manera, con la coraza ante las vicisitudes y el temple para armarse de optimismo.














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