21 Ago, 2014 | Nunca se supo a cabalidad qué diablos fue lo que se le metió en la cabeza a "Cheché" –el de Hilaria- para que cogiera el tema de querer disfrazarse en los carnavales de Carúpano de "Santo, el enmascarado de plata". Aquello le entró como una inspiración que brincaba los límites de los antojos, para perderse en deseo apocalíptico, ignorante de consideraciones que pretendieran hacerlo desistir de su idea.

Aquel hombre de mar, infestado por las películas mexicanas (que eran el pan de cada sábado en el cine popular "Altagracia" de Félix Rojas) y los tomos de "suplementos" que alquilaba en la librería de los hermanos Bor, de Juan Griego, se empecinó en gastar lo que fuera para comprar la vestimenta que le hiciera concretar el sueño de sentirse como el legendario héroe de la lucha libre, protector de débiles y desamparados. Y se entregó a la tarea de buscar el bendito disfraz por entre los negocios de Margarita, desde el ventorrillo de Fernando Quijada hasta los almacenes de Estílita Torcat y Carmita Rojas. Iba preguntando con voz andariega y acumulando respuestas negativas en cada solicitud.

Nada… el disfraz no se conseguía y el carnaval aceleraba su andar devastando ilusiones.

Cansado de Peregrinar por la Cuatro de Mayo, consiguió el recado de algún conocedor de la geografía embriagadora de los trapos, quien (segurito que conmovido por la insistencia del preguntón) le aseguró que lo que buscaba con tanto afán podía encontrarlo en un almacén, liga de bodegón romano y vientre de barco recién saqueado por una patrulla de piratas, establecido –por un par de chinos inexpresivos y olorosos a tabaco- desde los comienzos de la Zona Franca, en las proximidades del Faro de Porlamar donde se embarcan los viajeros hacia Chacopata. ¿Ustedes tendrán el disfraz de "Santo el enmascarado de plata"? Insistió frente a los descendientes de la firma Chung y Hung. Y un chinito domesticado y retrechero le respondió que posiblemente había alguno en el traspatio de aquel desorden sin inventario. Pero le advirtió que debía esperar una hora mientras buscaban.

Y la Virgen del Valle metió su mano, porque uno de los encomenderos apareció con una caja arrugada y maltratada por el tiempo. "Cheché" no aguantó las ganas y pidió probarse la máscara, pero al hacerlo pareció como poseído por algo extraterreno, porque comenzó a dar saltos increíbles desarrollando una fuerza descomunal, que hacía temblar al negocio. Fueron necesarios nueve hombres para desactivarlo y desenmascararlo, dejando al descubierto una cara de espanto manchada por un enorme alacrán negro que se regodeaba sembrando sus pinzas y aguijón en la nariz de "Cheché".