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26 de abril de 2024





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Cauces de lo grotesco y bipolar
Con brillantez dialéctica el filósofo mexicano Leopoldo Zea ha dicho: "La izquierda de hoy es la derecha de mañana, que engendrará, a su vez, otra izquierda". La utopía seguirá siendo la utopía, mientras el mito de la tierra prometida ilumina los sueños de los desamparados de la Tierra.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

16 Abr, 2014 | El dios bifronte Jano permanece extasiado ante dos visiones del tiempo que tal vez se complementen, pero jamás serán iguales. El nahualismo de nuestras culturas originarias apunta hacia ese centro problematizado de la creación en el que siempre está ausente lo esencial. La lucha del hombre contemporáneo ha sido para superar el binarismo, para enfrentar las dicotomías, para dar al traste con el elemental dualismo, para trascender los perversos maniqueísmos, para entender las luminosas contradicciones a fin de arribar a estadios superiores de la inteligencia del hombre en el planeta.

Los pares antagónicos parecieran dominarlo todo en cada acto de la vida cotidiana. El Bien y el Mal, blanco y negro, dulce y amargo, Ormuz-Ahrimám, Caín-Abel, etc.; todo lo demás permanece a la intemperie cubierto con un extenso manto de exclusión. Con atrevimiento alguien ha dicho que todos somos bipolares, sentencia que no compartimos, ya que sería resignarnos a esas celdas del pensamiento en las que se mueve la mayoría; aceptar discurrir en intervalos sin gradaciones, caminar como autómatas de un extremo a otro, mientras pasan las estelas del horizonte como vagas presencias que apenas atrapa la mirada más lúcida, el mistérico sonido del alma que barrena lo desconocido y vuelve arte o poesía esos campos inéditos que ofrece la vida. La bipolaridad es una desviación, un morbo que la psicología aborda como problema humano. La bipolaridad es traumática, desquiciante, el espejo quebrado de una realidad donde nunca podremos vernos como seres completos.

El hombre es mucho más que esa falsedad ilustrada que seccionó la esfera política francesa en izquierda y derecha. ¿Valdría la pena vivir en la mezquina estrechez de tales conceptos? ¿Enjaularse en esa especie de maldición moderna, dicotómica y aberrante, que aliena e imbeciliza al hombre que pretendemos liberar de los lastres y prejuicios de lo que al parecer ha caducado históricamente? ¿Valdría la pena inscribirse en una organización o partido que ve el mundo en blanco y negro? De suscribirlo, habría que acotar, asimismo, que hemos entregado el espíritu, que buena parte de él está muerto, si no es que está enterrado y lo que queda de él es el ánima en pena.

Aceptar la antinomia izquierda-derecha es participar del juego macabro de una contemporaneidad ilusa, sin horizontes precisos, donde lo concreto se sortea a los dados del rey Azar, donde la fe, más que la razón, rige el destino de los humanos. Con brillantez dialéctica el filósofo mexicano Leopoldo Zea ha dicho: "La izquierda de hoy es la derecha de mañana, que engendrará, a su vez, otra izquierda". La utopía seguirá siendo la utopía, mientras el mito de la tierra prometida ilumina los sueños de los desamparados de la Tierra.




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