Porlamar
28 de marzo de 2024





EL TIEMPO EN MARGARITA 28°C






Sobre la muerte y otras puertas al descanso
No vale repetirse, no vale atarse ni a la sombra;
y sí: deja allí a los que lloran y se aferran por lo que fuiste,
es su muerto, no el tuyo.
Juan Ortiz

7 Abr, 2021 | "Muérete de vez en cuando"

Muérete de vez en cuando antes de la muerte definitiva.

Ve y toma tu cadáver,

el ser que fuiste,

y llévalo al bosque,

cava hondo y lánzalo allí,

perdónalo

y déjaselo a los gusanos.

A los que se acerquen a llorar,

déjalos;

a los que no le quieran dejar ir,

que mueran con él;

no voltees,

es su carga, no la tuya.

Lo que a ti concierne es arrastrarte,

tambalearte,

levantarte y caminar de nuevo;

quizá toque morir otras tantas veces,

pero a quien entierres, trata que siempre sea distinto.

No vale repetirse, no vale atarse ni a la sombra;

y sí: deja allí a los que lloran y se aferran por lo que fuiste,

es su muerto, no el tuyo.

Si has hecho esto y te has deshojado hasta la pulpa,

cuando la muerte definitiva llegue, te irás liviano,

sin estereotipos,

y la sonrisa será real,

agua del río cambiante que es y debe ser la vida.

/////

“Cuando me siembre en la madera”

Cuando me siembre en la madera

vendrán todas las voces

—calladas en otrora—

a hablar de cómo llegué a la raíz del mundo,

cómo toqué las cosas desde el alma misma del silencio;

vendrán,

pulcras,

cercanas y dulces

—como nunca habían sido—

a duplicar mi vida simple con bondades

para desprender quejidos

de los hermanos que escogí en este evento inusitado.

Cuando me siembre en la madera,

no les oiré,

deben saberlo,

aunque sé que igual harán lo suyo,

amontonarse,

como las moscas a la gracia del infante

para tener su momento de gloria en el infortunio,

el abismo selecto

donde mejor saben habitar.

/////

“La muerte y la infancia”

Tenía siete cuando comprendí que me iría.

Previo a eso,

ni una marca,

ni una herida,

los años fueron sutiles,

me habían otorgado por entero el don de la inocencia.

Pero los gusanos llegaron para abrir los ojos,

se sembraron en Octavio después de una caída

y a la semana se lo llevaron,

sin resistencias,

con todo y amistad,

borrando su correr del campo de fútbol,

su risa de cuadra y media,

sus charlas por las tardes

en el porche de la casa.

Un niño deja de ser niño cuando comprende la muerte;

ese martes,

Octavio la encarnó,

dejó su papel reciente,

se fue,

y,

con él,

mi infancia.

/////

“Paseo sin retorno”

La calesita, gris, giraba

las rondas de los difuntos,

estábamos todos juntos

y la Parca nos miraba.

Una niña allí cantaba:

“Llegaron donde los tuertos,

tierra de niebla, de inciertos,

desde aquí no hay retorno,

no vale cargo o soborno,

se encuentran ustedes muertos”.




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