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19 de abril de 2024





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El Maestro y la educación
Los orientales, y particularmente los margariteños, han demostrado una inclinación evidente hacia la docencia, que los ha distinguido como excelentes profesionales en ese campo, tal es el caso de personalidades como Luis Beltrán Prieto Figueroa o Jesús Rosas Marcano.
Mélido Estaba Rojas. melidoestaba@gmail.com

12 Ene, 2021 | Cuántas veces en los cruceros de la vida nos topamos con esas palabras colmadas de sencillez, pero sumamente difíciles de una definición precisa y acoplada a su real significado. Son expresiones que resumen tanta certeza de acción, al extremo de popularizarse por sobre criterios de mayor jerarquía y linaje, porque encierran su significado con una liga honorable de eminencia y humildad, que las hace más respetables y profundas. Cuando uno era muchacho se acostumbraba que nos enseñaran insistentemente que los maestros eran nuestros segundos padres, por lo que les debíamos respeto y consideración; la figura del educador era tan prominente que ante cualquier circunstancia el joven se defendía señalando “se lo voy a decir al maestro” porque Él hacía el papel de justo juez y ponía orden en el asunto, aunque se tratara de una discusión en la calle.
Los orientales, y particularmente los margariteños, han demostrado una inclinación evidente hacia la docencia, que los ha distinguido como excelentes profesionales en ese campo, tal es el caso de personalidades como Luis Beltrán Prieto Figueroa o Jesús Rosas Marcano, apoyados por esa condición de formadores de juventud a fuerza de la pedagogía entusiasta que parece florecer desde algún componente de la personalidad isleña. Recordamos que en aquellos años cuando el mundo parecía que estaba comenzando, desde las humildes casas neoespartanas se levantaba el ideal de mandar a los muchachos a estudiar en la “Escuela Normal” o en los pedagógicos, porque –a decir de la experiencia- se “desocupaban” más rápido de los estudios, conseguían trabajo bien ligerito, y comenzaban a mandar “el giro” por la Avensa, para ayudar a levantar la familia. Altagracia ha superado límites en lo atinente a profesionales y especialistas formados en instituciones reconocidas, gracias a ese impulso de superación que se ha arraigado en nuestra comunidad, de tal forma que es impresionante el cúmulo de universitarios “Jateros” que se inició con aquel puñado de adolescentes que viajaba “encolaos” en el ferrys, rumbo a tierra firme en busca de la luz del futuro. Hoy no es extraño encontrarlos en altos cargos y en el ejercicio de profesiones con nombres hasta difíciles de pronunciar o que uno no se imaginaba que existían.
Hace algunos años, nuestros viejos encaminaban a sus hijos para que aprendieran las letras y los números, en casa de vecinos que eran muy buenos enseñándolos a fuerza de jalones de orejas y cuerazos sabrosos. Entonces personalidades como Petronila Ordaz, Toribia Marín o Nicanor Cabrera, se disputaban el sagrado oficio de la educación informal, sin sospechar que la tecnología y un endemoniado virus, harían reverdecer la “educación a distancia” de la que ellos fueron precursores en valiosa escala. Ahora, es tiempo para recordar y reconocer con digno orgullo, a educadores como José Elías “Chelía” Díaz, Manuel “Camejito”, Felipita “La Nortera”, Fermina “Mina” Cabrera, Enma Dorina, La maestra Estílita, Ysabel Socorro, Raquel Rojas, Héctor Rojas, Morel Rodríguez, Pedro Clavel, José Rosas Acosta, “Chonchón” Hernández, Verónica, Celia, y muchos más que trabajaron en mi pueblo, aunque no todos nacieron allá. Con este homenaje, que espera llegar afectuoso a nuestros maestros, les pido permiso para mencionar a mis hermanos Hipólito y Francisco; así como a Tomás Manuel, el menor de la casa, todos en la lista de pedagogos a diferentes niveles.




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