5 Jul, 2020 | En días pasados en una animada conversación sobre la realidad nacional, uno de los interlocutores dijo que estamos ante un exigente dilema: dictadura o democracia. Se habló del voto como instrumento de cambio pacífico y democrático y como herramienta válida para dirimir las diferencias políticas. Hasta ahí vamos bien.

Si hay un estado con población de vocación democrática y electoral es Nueva Esparta. Nuestra reciente historia política registra un período democrático que inicia con el derrocamiento de la dictadura perezjimenista y la elección de Rómulo Betancourt como presidente de la República en diciembre de 1958 y que culmina con la llegada de Chávez al poder en 1998.

Hoy, tenemos a una generación que no conoce otra forma de gobierno que el llamado socialismo del siglo XXI.

Para las elecciones de 1958 que gana Betancourt en Nueva Esparta los grandes partidos contendores eran Acción Democrática (AD) y Unión Republicana Democrática (URD). Copei y el Partido Comunista de Venezuela (PCV), tenían sus dirigentes, pero eran agrupaciones políticas que carecían de arraigo popular en estas Islas.

AD contaba entre sus filas con dirigentes de la talla de Luis Beltrán Prieto Figueroa, Guillermo Salazar Meneses, Ramón Borra Gómez, Antonio Reina Antoni, Manuel Felipe Valery, José Asunción Hernández, Patricio Quilarque, Asela “Chela “Díaz, Ennodio Ramos, Antonio Espinoza Prieto, Régulo Millán Boadas, Teódulo Alfonzo, “Lolô” Vásquez y otros no menos valiosos constructores de esa formidable maquinaria política y electoral blanca.

URD, no se quedaba atrás, con Jóvito Villalba, Marino González, Raimundo Verde Rojas, Julio Villarroel, Luis Hernández Solís, Ángel Brito Villarroel, Adolfo Herrera Pinto, Andrés Eloy Bermúdez, Rafo Hernández, José Francisco Silva Cedeño, Anacleto Villarroel, Gloria Salazar, Pedro José Díaz Sánchez, Francisco Marcano Reyes, José María Sanabria, Luis Beltrán Pazos, y otros que hicieron de la bandera amarilla un bastión en el territorio insular.

Eran otros tiempos de hacer política y de votar. Aquí no había bautizo, matrimonio, cumpleaños, verbena o evento social que no terminara con una trifulca entre adecos y joviteros, porque más que urredistas, eran fanáticos y admiradores del Maestro Villalba. Tanto AD como URD tenían programas radiales donde intercambian duras críticas a las gestiones de sus dirigentes y se decía que los adecos no comían arepa amarilla y los urredistas y joviteros no comían arepa blanca.

Tal estado de cosas llegó hasta que una caravana de Jóvito Villalba por la Península de Macanao fue atacada a tiros y culminó en el asesinato de la joven urredista Roraima Marín.

En esa oportunidad actuaron los cuerpos policiales y hubo justicia en los tribunales penales.

Muy a pesar de este detestable y bochornoso hecho la política y las elecciones en Nueva Esparta se realizaban sin contratiempos y se respetaban los resultados.

En 1968 se produce la división de AD y la victoria de Caldera. Aquí en Nueva Esparta ganó Prieto que había fundado el Movimiento Electoral del Pueblo (MEP). Todavía se recuerda su mitin impresionante realizado en el Faro de Porlamar considerada las más grande concentración política electoral de la historia democrática insular.

El voto era una institución, se respetaba como un derecho, un deber y una obligación. Que había ventajismo, si lo hubo. Que había populismo, clientelismo y nepotismo, también lo hubo. Todos esos hechos, entre otros, fueron creando un clima de desprestigio de los partidos políticos que trajeron estos lodos que hoy aniegan este pantano de la corrupción que vivimos. En el próximo artículo veremos como muchos de esos errores nos llevaron a este desastre que padecemos.