Porlamar
23 de abril de 2024





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El día en que iba a hacer del "uno" y terminé haciendo del "dos" (Caso real)
Todo hubiese estado normal si no hubiese sentido una extraña energía —fría— que recorrió todo mi cuerpo y me hizo bajar la mirada treinta centímetros hasta toparme con los ojos de vidrio del arlequín. Sí, el grotesco muñeco me estaba mirando.
Juan Ortiz juanortiz051283@gmail.com

3 Jun, 2020 | Eran las 12:00 p. m. en punto. Mi reloj biológico me levantó a la hora exacta —justo tres horas y cuarenta minutos luego de haberme acostado— para ir al baño a hacer del "uno".

La casa de mi madre era un lugar convencional, salvo que teníamos la nevera en la sala, justo en frente del cuarto de ella, para evitar que de noche la comida caminara. Sin embargo, algo más que cualquier plato sí se movía, siempre pasaban cosas extrañas.
Apartando lo de la nevera, había otra cosa inquietante que, de ser por mí, hubiese cambiado hace rato. Entre mi cuarto y el baño, había una pared. Pegado a la pared había un sofá y montado en el sofá estaba colocado, cómodamente, un arlequín de cerámica, del tamaño de un niño de tres años, pero con proporciones adultas.
Había en la pared que quedaba entre el cuarto y el baño una colección de rostros de mujeres de época. Eran muy vistosas y reales, demasiado reales para mi gusto, de hecho.

Entre la nevera y la puerta de mi cuarto, diagonal al baño, se encontraba una cómoda silla giratoria donde acostumbraba dejar mi guitarra a cualquier hora luego de tocar.
Ese día, a las 12:00 p. m. —martes 13 de marzo del 2001, por cierto—, pasó algo que temía que sucediera en cualquier instante, pero no de esa manera en que aconteció.
Las ganas de ir a hacer del uno eran inmensas, así que me levanté de inmediato, me puse las cholas, me estiré, caminé y me asomé al baño desde la entrada de mi cuarto. Allí estaba el lugar que me daría alivio, con la luz encendida colándose por la puerta entreabierta.

Todo hubiese estado normal si no hubiese sentido una extraña energía —fría— que recorrió todo mi cuerpo y me hizo bajar la mirada treinta centímetros hasta toparme con los ojos de vidrio del arlequín. Sí, el grotesco muñeco me estaba mirando.
—Debe ser que mama (así, sin acento, por las raíces italianas que no tengo) lo dejó así antes de irse a dormir —me dije, para no darle tanta importancia e ir a hacer lo que debía hacer o mojaría el bóxer, algo que tenía tiempo sin que me pasara y que es parte de otra historia.

Total, salí del cuarto, visualicé en frente mi amada guitarra recostada en la silla y viré a mi diestra obviando al raro muñeco. De repente, otra sensación extraña me invadió desde mi flanco derecho. Sentí nuevamente que me miraban, pero no percibí una sola, no, sino muchas miradas... Volteé en dirección al extraño estímulo y las máscaras, los rostros de mujeres de antaño, estaban allí, estáticas, pero —y esto se lo puedo apostar a cualquiera— puedo asegurar que sus pesadas pupilas pintadas apuntaban hacia mí. Cerré los ojos, respiré, y seguí al objetivo.

Entré al baño con los nervios de punta, ni les describo el rechinar de la puerta en ese momento... ¿para qué negarlo?, "Ay, sí, el súper macho que no se asusta...", ¡estaba chorreado, señores! Cuando me dispuse a cerrar la puerta del baño para hacer lo que era justo y necesario, cometí un error, subí la mirada y me encontré con lo que no debía: el mismo muñeco extraño que hace unos segundos miraba para mi cuarto, tenía sus ojos clavados en los míos en dirección al baño, justo del lado contrario de hace un instante. ¡Cerré la puerta de un golpe! ¡No, mijooooo, que va! Empecé a temblar, y, cómo pude, levanté la tapa de la poceta para cumplir con mi necesidad fisiológica...
Cómo les explico que no había caído la primera gota del "uno" en el excusado cuando escuché un perfecto "mi menor" rasgueado en mí guitarra... Me puse pálido, amarillo, azul, rojo, se me fueron las fuerzas y terminé sentado con una diarrea espontánea que me acompañó largo rato, entre ruidos desagradables, retorcijones y olores que aún recuerdo. Total que acabé durmiendo en el baño, a eso de las 5:00 a. m., cuando se me pasó el susto.

Al otro día hablé claramente con mi mamá, y, como ella era la que mandaba en la casa, las cosas siguieron igual. Yo debí calarme al engendro de cerámica sentado allí, no quedó de otra.

Ese, señores, fue el fatídico día que en que yo iba a hacer del "uno" y terminé haciendo del "dos".




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