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El día en que iba a hacer del "uno" y terminé haciendo del "dos" (Caso real) Todo hubiese estado normal si no hubiese sentido una extraña energía —fría— que recorrió todo mi cuerpo y me hizo bajar la mirada treinta centímetros hasta toparme con los ojos de vidrio del arlequín. Sí, el grotesco muñeco me estaba mirando. Juan Ortiz juanortiz051283@gmail.com
3 Jun, 2020 | Eran las 12:00 p. m. en punto. Mi reloj biológico me levantó a la hora exacta —justo tres horas y cuarenta minutos luego de haberme acostado— para ir al baño a hacer del "uno". La casa de mi madre era un lugar convencional, salvo que teníamos la nevera en la sala, justo en frente del cuarto de ella, para evitar que de noche la comida caminara. Sin embargo, algo más que cualquier plato sí se movía, siempre pasaban cosas extrañas. Entre la nevera y la puerta de mi cuarto, diagonal al baño, se encontraba una cómoda silla giratoria donde acostumbraba dejar mi guitarra a cualquier hora luego de tocar. Todo hubiese estado normal si no hubiese sentido una extraña energía —fría— que recorrió todo mi cuerpo y me hizo bajar la mirada treinta centímetros hasta toparme con los ojos de vidrio del arlequín. Sí, el grotesco muñeco me estaba mirando. Total, salí del cuarto, visualicé en frente mi amada guitarra recostada en la silla y viré a mi diestra obviando al raro muñeco. De repente, otra sensación extraña me invadió desde mi flanco derecho. Sentí nuevamente que me miraban, pero no percibí una sola, no, sino muchas miradas... Volteé en dirección al extraño estímulo y las máscaras, los rostros de mujeres de antaño, estaban allí, estáticas, pero —y esto se lo puedo apostar a cualquiera— puedo asegurar que sus pesadas pupilas pintadas apuntaban hacia mí. Cerré los ojos, respiré, y seguí al objetivo. Entré al baño con los nervios de punta, ni les describo el rechinar de la puerta en ese momento... ¿para qué negarlo?, "Ay, sí, el súper macho que no se asusta...", ¡estaba chorreado, señores! Cuando me dispuse a cerrar la puerta del baño para hacer lo que era justo y necesario, cometí un error, subí la mirada y me encontré con lo que no debía: el mismo muñeco extraño que hace unos segundos miraba para mi cuarto, tenía sus ojos clavados en los míos en dirección al baño, justo del lado contrario de hace un instante. ¡Cerré la puerta de un golpe! ¡No, mijooooo, que va! Empecé a temblar, y, cómo pude, levanté la tapa de la poceta para cumplir con mi necesidad fisiológica... Al otro día hablé claramente con mi mamá, y, como ella era la que mandaba en la casa, las cosas siguieron igual. Yo debí calarme al engendro de cerámica sentado allí, no quedó de otra.
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