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El mal de no apoyar el crecimiento ajeno
Así como existe lo bueno también existe lo malo, eso es un hecho y nuestro ser no se escapa de esa realidad. Lo más irónico es que, finalmente, todos estamos juntos en este mismo mundo y, por lo tanto, nuestra maldad solo puede ser reflejada entre nosotros mismos y en lo que nos rodea.
Monica Tietz monicatietzs@gmail.com

13 Ene, 2020 | El hombre es un ser bastante complejo que tiene la capacidad de desarrollar distintas cualidades a lo largo de su vida. Si bien hablar de cualidad es pensar generalmente en algo positivo, debemos tener en cuenta que el humano es todo menos perfección. No todo es color de rosa; somos luz, es cierto, pero también hay que admitir que podemos llegar a ser oscuridad.

Así como existe lo bueno también existe lo malo, eso es un hecho y nuestro ser no se escapa de esa realidad. Lo más irónico es que, finalmente, todos estamos juntos en este mismo mundo y, por lo tanto, nuestra maldad solo puede ser reflejada entre nosotros mismos y en lo que nos rodea.

Desde los tiempos de las cavernas, el ser humano como individuo, por razones aún inexplicables, no ha podido estar solo. Somos un pueblo que ha vivido en comunidad por años. Sin embargo, no hemos aprendido a convivir del todo. Es verdad, ya no hay tantas guerras como solían haberlas en la antigüedad. Ya la gente no se mata por defender sus ideales o por acabar con las diferencias.

Parece un sueño, ¿no? Pero, lo cierto es que ahora las personas tienen otro tipo de luchas. La guerra ahora es interna, ya no es con el del pueblo vecino, sino con el mismo pueblo. Ya no tiene que ver con el que está al otro lado del mundo y hace las cosas de manera distinta, ahora el “enemigo” es el que está a nuestra merced y que aparte tiene más seguidores en Instagram que yo.

Para explicarme un poco mejor, existe una guerra de nunca acabar, una disputa que no se palpa ni se ve a simple vista, pero si se siente, propiciada por una particular actitud que posee el ser humano de apoyar o estar de acuerdo siempre con lo que está afuera de su país, de su estado, de su pueblo, su hogar, incluso su familia, pero no con lo que está sucediendo en su propio entorno.

Tiene que ver con el deseo de no ver al que está al lado triunfar, pero sentirse alegre y orgulloso porque aquel que vive más allá, con el que quizá no tiene ningún parentesco y ni siquiera se conocen. Está ligado al hecho, por ejemplo, de no reconocer y por nada del mundo contribuir al crecimiento o desarrollo de alguien, sea lo que sea que haga.

Y eso, señores míos, solo tiene un nombre: envidia.

¿Qué es la envidia?

En mi andar por el estudio de la vida a través de la bioneuroemoción me he topado muchas veces con distintos cuadros de envidia, algunos más fuertes que otros. Existen muchas definiciones de la palabra envidia, pues es un término que abarca gran extensión de significados.

Pero, con pocas y muy sencillas palabras les puedo decir que la envidia no es más que una de tantas emociones negativas con las que naturalmente lidiamos los seres humanos. Ésta por lo general puede considerarse un problema, pues para nadie es un secreto que aquel que la padece sufre por el bien ajeno.

Es decir, una persona envidiosa no puede alegrarse por el éxito de los demás y, aparte de ello, siente que el triunfo del otro es su propia derrota. Tener envidia, entonces, genera una gran infelicidad, produce amargura, rencor, tristeza, entre muchas otras cosas.

Mitos y verdades sobre la envidia

La envidia es muy polémica, en la filosofía y especialmente en la historia religiosa a lo largo de los años ha jugado un papel digamos que protagonista. Así es, la envidia es uno de esos temas que han sido expuestos a través de libros y enseñanzas en muchas ocasiones con el fin de evitar o advertir sobre su peligro.

Queda claro que la envidia hace mucho daño, sin embargo, a pesar de que son demasiados los guías espirituales y expertos que han tratado de dar a entender lo malo que es sentir envidia, mucha gente no consigue apartarse de ella. Aun cuando existen tantos casos de la vida real, parábolas y ejemplos bíblicos donde claramente se nota la magnitud de su gravedad.

De hecho, mucha gente disfruta de ella, vive de su envidia, no solo el envidioso, sino también aquel que es envidiado. A demasiada gente le agrada la idea de que otros le envidien su posición social, su trabajo, sus habilidades y todo lo relacionado a su vida. ¿Por qué?, pues porque simplemente son personas tan envidiosas que buscan ser aprobados por todos, quieren ser siempre el mejor. Y con esto empiezo mi lista de mitos y verdades sobre la envidia:

1.- No solo es envidioso el que se molesta del crecimiento de los demás. También es envidioso todo aquel que disfrute de la envidia.

2.- Si te divierte, te alegra o te da satisfacción el saber del desacierto o desgracia del otro, también quiere decir que eres un envidioso.

3.- Cuando se dice que “el hombre es envidioso por naturaleza”, no quiere decir que la envidia haya venido adjunta al diseño humano desde el principio. Esto es falso.

4.- La envidia, igual que otras emociones, es controlable y se puede eliminar con esfuerzo y empeño. Eso de que nunca se quita y que viene de nacimiento es una falsedad. Recordemos que somos dueños de nuestras emociones.

5.- Lo más normal es que la envidia se dé en un ambiente común donde todos están en un mismo nivel. La persona envidiosa no se va a preocupar jamás en envidiar a aquel que está por encima de sí y que lo supera claramente, pues está consciente de que perdería.

6.- Ahora bien, el origen de la envidia si puede tener partida durante nuestra niñez, debido a la crianza de los padres y a las experiencias que se adquieren durante los primeros años. Ejemplo, si en nuestro hogar nos enseñaron que ser competitivos es bueno, al punto de odiar o de ver como a un rival al que está al lado, entonces es probable que de adultos seamos personas envidiosas.

Amarás a tu prójimo como a ti mismo

Dice así el segundo de los dos principales y más importantes mandamientos que estableció Dios. Recordemos que el primero es: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con todas tus fuerzas”.

Dios nos escogió, nos diseñó y nos colocó en este mundo para algo. No estamos acá por mera casualidad, todos tenemos un propósito y una misión. Para cumplirla fuimos dotados con múltiples características físicas, habilidades y talentos distintos. Por eso, nadie es igual a nadie, cada quien tiene su diseño especial y no existen dos personas iguales.

Cuando la envidia brota de nuestro ser no estamos cumpliendo con este segundo mandamiento. No solo porque no estamos amando al prójimo al envidiar su bienestar, crecimiento o triunfo, sino también porque estamos odiándonos a nosotros mismos.

Sí, así como lo leen. La envida funciona de esa manera: te odio a ti porque tienes lo que tienes lo que yo quiero, pero también me odio a mí porque no tengo nada, aunque aún siga pensando que soy mejor que tú.

Como dije algunas líneas atrás, la envidia puede originarse en la niñez, pero ésta tiene algunas variantes que son totalmente polos opuestos. La primera es la envidia acompañada de soberbia y egocentrismo. Las personas que la tienen creen que son mejores que todo el mundo y siempre están en un plan de “quítate tú pa’ ponerme yo”.

El segundo tipo de envidia está asociado más a problemas con la autoestima y el valor hacia uno mismo. En este caso las personas suelen sentirse inferiores a los demás y llegan a envidiar de una manera incluso depresiva. No se aman para nada, pero están seguros de que obteniendo lo que el otro tiene podrían quererse y ser más queridos. Un pensamiento totalmente errado, pues el amor empieza por nosotros mismos.

En algunos casos pueden existir personas con ambos tipos de envidia, lo cual por supuesto, supone un riesgo de peligro emocional mucho peor. Te presento como ejemplo de ello una historia bíblica, sin duda una de las más clichés de todas, pero también de las que más enseñan:

La historia de Caín y Abel

Adán y Eva concibieron a dos hijos, el primero se llamó Caín y el segundo Abel. Éstos al principio compartían todo, familia, misma fe, educación, gustos. Pero, con el tiempo, cada quien fue creciendo y adoptando diferentes caracteres y actitudes. Cuando se hicieron mayores, Caín y Abel notaron que tenían ciertas diferencias.

Principalmente, Caín se interesó en labrar la tierra, él se dedicó a la agricultura. Mientras que Abel se convirtió en un excelente pastor de ovejas. Ambos, a pesar de tener sus disputas naturales de hermanos, convivían juntos. No obstante, no solo diferían en profesión, sino también en personalidad.

Mientras Caín, el mayor, tenía una personalidad más impulsiva, Abel aprendió a ser dócil y temeroso de Dios. Sus padres, Adán y Eva, jamás mostraron preferencias entre ellos dos. Pero, hubo un punto de quiebre que activó, tal cual a un gatillo, la envidia en uno de los hermanos.

Cuando llegó el momento de hacer un sacrificio para agradar a Dios se supone que ambos tenían que propiciar lo mejor de sí. Caín no estaba de acuerdo y presentó como ofrenda algunos cuantos frutos del suelo donde trabajaba. Pero, en cambio, Abel preocupado por ofrecer un sacrificio especial, le dio a Dios el mejor cordero de su rebaño.

Como era de esperarse, a Dios le agradó la ofrenda de Abel. El Señor mostró gratitud al saber que éste se tomó la tarea de escoger lo mejor para él. Vio en Abel un corazón humilde y puro que amaba su trabajo, a su familia y a Dios.

Por otro lado, la ofrenda de Caín no fue bien recibida, no porque fuera poca cosa, sino porque dentro de él Dios notó un corazón resentido. Caín quería ocupar el lugar de su hermano Abel, para tener su gloria y no sentirse menos. Ante la respuesta de Dios solo le quedó agachar la cabeza.

A pesar de que Dios intentó exhortarlo, Caín no escuchó, se llenó de ira y mucha envidia hacia su hermano. Dejándose llevar por el pecado, cuando tuvo la oportunidad, invitó a Abel al bosque y lo mató.

¿Cómo dejar de ser envidiosos?

La envidia tiene el poder de llevarnos a hacer cosas extremas y cometer acciones imprudentes e irremediables, tal y como en la historia de Caín y Abel. Además, nos sume en un mundo donde reina la tristeza y la maldad. Creo que esas son razones suficientes para querer dejar de ser envidiosos. Pero, ¿cómo lo logramos? Es fácil:

Primer paso:

El primer paso para dejar la envidia es admitirla. Hay que revisarse y ser sinceros. Estoy consciente de lo vergonzoso que puede llegar a ser que te digan: “Tú lo que tienes es envidia”. Y sí, da pena, pero en realidad no tiene nada de malo reconocer que somos envidiosos. Este sentimiento es muy común y puede activarse en cualquier momento.

Segundo paso:

Lo segundo es encontrar la razón de la envidia y, con base en ello, actuar. Si me siento inferior, superior o es una mezcla de ambos. Si es lo suficientemente intenso como para atentar contra esa persona o no. Cualquiera que sea el caso, siempre es bueno buscar ayuda de un profesional.

Tercer paso:

Tercer paso. Bloquear toda emoción referente a la envidia. Reconocer el momento cuando empezamos a sentirla y eliminarla de nuestro ser. Sí, eso se puede hacer, todo es cuestión de saber controlarse. Por supuesto, para ello es necesario que sepas tu valor, te ames, ames a tu prójimo y tengas un corazón humilde. ¡Sí se puede!

El placer de ver a los otros en la cima

Alégrense de ver que su hermano, su amigo, su compañero lo ha alcanzado. Apoyen al artista local, ayuden a que los nuevos emprendimientos y negocios de tu ciudad crezcan contribuyendo a que suban sus ventas o simplemente apoyándolos. Al hacerlo se darán cuenta pronto de que es muy sabroso ver al otro en la cima y que eso no les hará menos, todo lo contrario. Ya llegará el momento de cada uno, recordemos que todos somos luz, pero cada quien brilla de una manera distinta.




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