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La estructura de una nueva ciudadanía
Como se puede observar, la acción del ser humano, intencional o no, contribuye a formar la humanidad no como herencia social, sino como proceso de socialización espontánea dentro de su entorno
Marisela Prieto Berbin /pensareducativovzla@gmail.com

5 Nov, 2019 | En el siglo XX, destaca como educador en el contexto social venezolano, el llamado Maestro de América, Luis Beltrán Prieto Figueroa, quien fue un político de alta trayectoria, poeta, psicólogo, abogado y ante todo educador con sus ideales centrados en una formación educativa que atendiera el desarrollo personal del individuo, que supiera comprender y analizar la realidad socio-cultural en el espacio donde se convive. Prieto siempre estuvo inspirado en principios éticos y los valores de igualdad y libertad, para que al ser humano se le impartiera una educación que enseñara a aprender. Una educación que enseñe a trabajar, a valorar el trabajo y al trabajador.

Uno de los más importantes aportes de Prieto fue la tesis sobre el Estado Docente, la cual elaboró a partir del concepto de Estado social de Herman Heller, de la escuela política alemana. Al respecto, señala Rodríguez (1990) que todo estado responsable y con autoridad real asume como función suya la orientación general de la educación, en la cual su doctrina política conforma la conciencia de los ciudadanos.

Históricamente entre la Venezuela de los siglos XIX y XX, es importante señalar que el interés educativo, estuvo centrado en una formación con sentido antropológico, orientada hacia el ser humano y dirigida a la infancia, con base en lo establecido en el texto denominado: “El libro de la infancia, por un amigo de los niños”, escrito por Amenodoro Urdaneta (1865), el cual tenía un enfoque hacia las virtudes y el sentir, en una estrecha relación con el catolicismo.

Ante ello, mirar la formación como un fenómeno social, es focalizar una trama rodeada de múltiples aristas representadas y conectadas por diversos factores, elementos y referentes de la cotidianidad que ameritan ser estudiadas a través de varias posturas, pues cada sociedad está inmersa ante constantes cambios

Existen vivencias históricas que caracterizan e identifican el contexto cultural, previamente arraigado y representado, en un cúmulo de prácticas, principios, costumbres y valores, que como una constante de carácter universal se convirtieron en patrones de formación que se fueron consolidando y ofreciendo en los espacios educativos, desde la niñez hasta la edad adulta.

Por ende, para que este proceso de formación trascienda es necesario motivar y movilizar las potencialidades con que cuentan las sociedades para convivir y superar las exigencias de una sociedad convulsionada, razón por la cual, teniendo como basamento en lo expuesto resulta interesante lo que señala Garcés (1994): “una acción promisora dirigida y planeada intencionalmente a enriquecer la humanidad, la espiritualidad de los creadores, no por vía de la herencia genética no del refinamiento sensorio motor, sino por la vía consciente de la agrupación y predicción sociocultural”. (p.34).

Como se puede observar, la acción del ser humano, intencional o no, contribuye a formar la humanidad no como herencia social, sino como proceso de socialización espontánea dentro de su entorno. Ese enriquecimiento consciente del conocimiento o los saberes permiten ampliar su capacidad creadora y espiritual, ante la vida.

Desde una perspectiva histórico-social, la formación asume el papel protagónico de la educación, porque implica el entrelazamiento de las intenciones de las subjetividades y su percepción de las estructuras sociales y políticas que han hecho visible lo que acontece en las prácticas culturales y los modos de vida.

La formación de la ciudadanía en la perspectiva de la historicidad está trenzada en torno de diversos ejes discursivos: la complejidad, la interculturalidad y una nueva sociabilidad en el siglo XXI. La plataforma teórica desde la cual se parte está matizada de mezclas, de alquimias culturales, así como sensibilidades ricas en diferentes voces y convicciones intelectuales. Su narrativa describe experiencias, movimientos sociales, figuraciones de esas sensibilidades ligadas a varios ejes categoriales conformadores de subjetividades que se anudan a las condiciones concretas de la existencia postmoderna. Esa debería ser la estructura de una nueva ciudadanía.




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