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El imaginario social
Es necesario asumir y desarrollar formas distintas de pensar, donde la formación sea más orientadora y con visión de consciencia crítica con miras a la proyección de la humanización y la transformación.
Marisela Prieto /pensareducativovzla@gmail.com

17 Sep, 2019 | El imaginario precisa entender que este concepto aún está en un proceso de conformación, que exige de los interesados en el tema relevantes fundamentos que le confieran concreción; en virtud de las múltiples conexiones que pueden dar cabida a formulaciones equívocas en relación con significaciones que libremente configuran las interpretaciones que cada individuo percibe e imagina de manera particular o colectiva.

Esto significa que la formación transciende las fronteras del aula, y va mucho más allá de los contenidos curriculares, pues cada situación y experiencia, constituye un abono al conocimiento. Es por ello, que la concepción de la formación como una parcela aislada es errada. Es precisamente encasillar la educación entre los muros de la escuela y esconder los saberes que forman parte de los fenómenos de impacto social como la ciudadanía; la formación normalizadora no los incorpora y éstos quedan relegados a ser parte del denominado currículum oculto. Hay que argumentar que la visión de la formación puede ser observada a través de cualquier prisma y en cada cara siempre existirán diferentes posiciones para expresar o calificar cualquier fenómeno por muy controversial que éste sea, es decir, el reto está en desenterrar los saberes ocultos, los saberes populares y ponerlos a la disposición del colectivo, para lograr el reconocimiento de la legítima historia e identidad de un pueblo, su emancipación.

Desde el imaginario histórico-social el individuo aprende a reconocerse en el oxigonio: sujeto-espacio-realidad, para develar las raíces y construcción en el tiempo de su vida cotidiana, en conexión con la comprensión de sus relaciones con el saber-poder, en el debate socio-político, ético, estético, donde se refleja la manera de presentar la realidad, en un sentido de aceptación con implicaciones deseables en el discurso que le confiere criticidad en analogía donde la mentalidad y la cosmovisión se recrean, luego develan lo que creen conveniente.

Es importante tener presente que la formación posee múltiples aristas, que de una u otra manera están insertadas en nuestra vida existencial, siempre vigilante como un sistema de poder que promociona constantemente la desestructuración de los elementos en sus partes integradoras, con la idea de aprehenderlos de cualquier manera. El ser se manifiesta en escenario de relaciones, las cuales reduce o simplifica con la intención de comprenderlo. Tal situación se evidencia en una sociedad que constantemente se desintegra, desnaturaliza, confunde y al mismo tiempo se desconoce, pierde fuerza y estabilidad, pero que en muchos casos promueve patrones de comportamiento hacia el individualismo.

Es necesario asumir y desarrollar formas distintas de pensar, donde la formación sea más orientadora y con visión de consciencia crítica con miras a la proyección de la humanización y la transformación. La formación independientemente de su manera de presentarse, es una experiencia de vida y educativa en el ser, relacionada con la formación para la ciudadanía.

Retomando la noción de Castoriadis, (2005) sobre el imaginario histórico social, encontramos que ésta se encuentra asociada con la formación como creación, razón por la cual plantea: “en el ser surgen otras formas, se establecen nuevas determinaciones. Lo que cada vez es, no está plenamente determinado, es decir no lo está hasta el punto de excluir el surgimiento de otras determinaciones” (p. 10).

En esta idea se reconoce que en la formación está la existencia de esas mediaciones imaginarias, como conciencia colectiva que permite establecer el mundo como real, y a la vez explicarlo e intervenir operativamente sobre ese imaginario. Esto significa que las experiencias forman parte de lo vivido y se presentan como realidad; el sujeto se enlaza con ellas, por ellas y en ellas, considerándolas válidas en todo su sentido de existencia, para constituirse en el ciudadano.

La actitud natural de las personas es entonces la de aceptar ese mundo tal como viene dado, puesto que ya ha sido hecho y dicho. Sin embargo, esto no significa que sea plenamente determinado, es un sujeto en constante movimiento, haciéndose y construyéndose, y tampoco es un acto de complacencia. Es la base creadora del ser que potencia la capacidad reflexiva del sujeto en su vivencia. Esto afirma su existencia por la posibilidad de pensar y reconocer en el mundo, su mundo de existencia y así podrá actuar en consecuencia para transformarlo.




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