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¿Qué haremos?
En la práctica, la guerra que sí se escenifica es la que Maduro tiene, como buen ortodoxo comunista que lo es, contra el capitalismo, contra la propiedad privada, contra la libertad de empresa.
Ángel Ciro Guerrero / angelcirog@hotmail.com

13 Jun, 2019 | Por lo pronto, esperar a que Maduro entienda, definitivamente, que la crisis es crisis y, de paso, grave, gravísima. Si no lo acepta, y prosigue con su ya fastidiosa letanía contra el imperio, los venezolanos terminaremos, cuidado, envueltos en una inmensa centrífuga que nos volverá a todos, incluyéndolos a ellos, a los rojos, me refiero, polvo cósmico tal cual para los adecos y demás opositores pretendía el ya ido.

La situación es insoportable.

Imposible aceptar lo que nos ocurre por culpa, toda en este caso, de un gobierno que no supo gobernar, que le quedó tan grande Venezuela que intentó enanizarla y, al hacerlo, destruyó todo.

Hoy, pobre de solemnidad, nuestro país ayer inmensamente rico, queda por debajo de Haití y, de acuerdo a los indicadores con los cuales los organismos mundiales miden el progreso o retroceso de una nación y su gente, la tragedia que vivimos se agravará con la hambruna que está a punto de derribarnos la puerta.

Preguntarse ¿qué haremos? Podría sonar a desilusión, a desesperanza, a frustración y a rabia el mismo tiempo. Lo peor, es que nadie del gobierno ofrece la respuesta justa, exacta, cierta.

Eso de la guerra económica es una excusa. Sobre el caso sobran las explicaciones de expertos de aquí y de allá que coinciden en que no existe sino en la perversa imaginación de quienes la emplean como gobbeliano argumento.

En la práctica, la guerra que sí se escenifica es la que Maduro tiene, como buen ortodoxo comunista que lo es, contra el capitalismo, contra la propiedad privada, contra la libertad de empresa.

Lo que anhela y en ello se le fue su primera gestión y se le va a ir la segunda, es lograr, a la fuerza, con el apoyo de su írrita asamblea constituyente y demás poderes públicos, que todo pase a manos del Estado.

Este afán de poder ha convertido a su gobierno en el más inoperante de los que ha padecido Venezuela a lo largo de su historia contemporánea.

Una verdad terrible, que costará mucho a los ideólogos y publicistas de la revolución roja-rojita deslastrar, eliminar, borrar, sepultar y olvidar; que terminará cuando un Consejo Supremo Electoral, imparcial, democrático, justo y honesto regrese a ejercer el gran papel que el pueblo le ha encomendado.

El desabastecimiento de gasolina, con todo el horror y la lamentable muerte de ciudadanos que ese enorme problema ha generado; la escasez igualmente de gas licuado; el pésimo servicio de agua potable y las continuas fallas de energía eléctrica se suman a la pavorosa situación que se vive en la red hospitalaria de toda la república, sin dejar de lado la peligrosa y diaria amenaza de la inseguridad.




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