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La rima de Víctor Gómez
En ese paraíso infinito digo nació la vida y su despecho, timoneada por los “jateros” disponedores, que nadie sabe qué pensaban pero que todos sabían qué querían.
Mélido Estaba Rojas

20 May, 2019 | En ese paraíso infinito que ha sido Altagracia, arropado por una cultura de simpatía, solidaridad y entusiasmo de días que se empujan como queriendo pasar uno primero que los otros, hemos ido dejando atrás juegos de pichas, trompos y voladores; casas sin puertas porque nadie se metía con lo ajeno, veredas vecinales que pasaban por entre las casas y todo el mundo las respetaba, misas que alegraban el alma con los mensajes del Padre Heredia, toques de nuestras parrandas y diversiones que invitaban a sacarse muchachas para alborotar los comentarios.

En ese paraíso infinito digo nació la vida y su despecho, timoneada por los “jateros” disponedores, que nadie sabe qué pensaban pero que todos sabían qué querían. En ese espacio de ilusiones y querellas se hizo grande Víctor Gómez, nacido por aquellos rumbos incomparables de La Salina, donde el viento arrastraba las pesadumbres hacia los riscos de la mar y dejaba los solares inundados de la felicidad pueblerina, con perfumes de lisonas frescas y cazuelitas de erizo.

Entonces el centro del progreso lo constituía la bodega de Ramón Quijada, donde vendían hasta tabaco en hojas y pichas de baúl, enemigas innombrables de las chiripas. El primo Víctor fue un reacomodo exacto de los buenos sentimientos, porque siempre llevaba en su mapire la brújula entusiasta de la solución.

Su condición de poeta popular se exponía en aquellos amaneceres de parranda junto a las cuerdas de Jesús el de “Chico Goya”, Félix Vargas, con su “Cachita”; Silvio Martínez, y sus maracas; Raúl el de Ñaño, con el furruco; y tantos versadores (entre los que también me colaba yo, humildemente con mi charrasco).

En casos de serenatas especialísimas, como el de las muchachas universitarias que llegaban de Caracas en vacaciones, por ejemplo las hijas de Carmita Rojas o Venancio Quijada, se incorporaba en la guitarra Félix, el de Emeteria, con su voz de “panchero”.

Un día amanecimos en el Valle de Pedro González, iluminados con la acidez infame del trasnocho, casa de un amigo de la parranda conocido como “Goyo”. Le dedicamos un polo y cada uno lanzó su canta, pero la rima con el nombre para saludarlo resultaba un poco difícil. Pero como para el primo Víctor nada era problema, se fajo con su cuarteto: “cantando un bonito polo/ yo nunca amigo me aloyo/ para darle mi saludo/ a este gran amigo “Goyo”/. De esa forma, Víctor resolvió con el “aloyo” (una palabra que seguramente no existe) la rima de Goyo.

Víctor Gómez, estuvo padeciendo su enfermedad en los últimos tiempos en Altagracia, enfrentando la desgracia de la falta de medicamentos, bajo la desesperación de su esposa Dalia y sus cuatro hijos, especialmente la profesora Vicdalia, hasta que Dios tomó su decisión frente a la incompetencia e incapacidad de los entes encargados de suministrar salud.




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