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25 de abril de 2024





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Palabras que no pude decirle a mi madrina, maestra Luisa Noriega de Rodríguez (I)
-El llanto desconocido de aquel perro nos dice que no es lejos y creo saber de quién se trata, porque no hace mucho un retrato de la maestra Luisa, mi comadre, se cayó de esa repisa que está ahí. Y eso no puede ser coincidencia. ¿Y por qué estoy pensando y hablando de ella, si desde hace unos días no voy por allá?
Perucho Aguirre

15 Feb, 2019 | ¿Qué pasa Julio Villarroel, que las voces del orfeón no alzan su voz? Esta noche había retreta y los músicos no vinieron a la plaza. Hoy no hubo canto de pájaro. ¿Quién obligó a toda esta gente a quedarse en casa? Vieja y ancha tu casa. Huerta tupida de jardines. Villa de infinitos callejones, amplios y coloniales corredores, gruesos y pintorescos pilares; zaguán de ayer con el sagrado Corazón de Jesús, en alto que da con el techo de varas y cañabravas. Desde la alta calzada se te oye rezando, con algunas melodías de las del cantor Dámaso García Berbín. ¿Cómo hiciste para convertirte en calle angosta? En la bodega de esquina de Víctor Figueroa, comenta que tú no te has muerto. Igual se dice en la de Tomás Carneiro… La maestra Luisa no nació para morirse. Es como el libro “Mantilla”. - ¡Inolvidable!

Hoy he vestido mis voladores con papel de luto y, los he lanzado sin prever lejanías en búsqueda de mi memoria. Es que no me siento la memoria. Estoy grave de ella. ¿Moriré? He pintado todas mis metras con colores negros y morados y, en silencio de inmovilidad y aridez; sequía. Llorado a mar traviesa de aleros y fachadas de Ciudad vieja y melancolía. Y la pirotécnica que había concebido para el día de La Patrona fue regresada.

En su lugar ordené gruesas de cohetones con luces de tristezas y estallidos de nostalgias. Un arsenal de colores sin color estallaron en lo celeste y, una cruz morada de incienso, oro y mirra suplantó la cruz del sur, ausente y muerta de olvido en nuestro firmamento.

Con desvelos, pero sin angustias. Sombras antes, un perro que nadie sabe de dónde vino, ni de quien es, se lo lloró a toda La Asunción dormida. ¡Qué raro! Si La Asunción jamás ha permanecido dormida toda la noche. Alguien mencionó como poco común, aquella letanía fría y gris; dolorosa y, al rato, mirando una fugitiva y nerviosa estrella que partía triste, en los cielos asuntinos comentó: - Ha muerto la maestra Luisa.

Siempre la vi amanecer temprano, totuma en manos en búsqueda de la fruta goteada; amena y jovial siempre la vi, voz y canto al inicio de luces y palabras, apuradita por oler la rosa recién abierta y, en soliloquios de tinieblas dispersas, pendientes, muy pendientes de la campanada y, con la claridad del rocío, despertar en sus manos para que las aves del silvestre patio de granos y pedazos de guayabas en sus yemas temblorosas agradeciéndole tanto candor y gentileza-.

-El llanto desconocido de aquel perro nos dice que no es lejos y creo saber de quién se trata, porque no hace mucho un retrato de la maestra Luisa, mi comadre, se cayó de esa repisa que está ahí. Y eso no puede ser coincidencia. ¿Y por qué estoy pensando y hablando de ella, si desde hace unos días no voy por allá?

-Sí, yo la vi, camino de la iglesia, hablando sola, conversando con ella misma y con la grandeza de su huerto de plumas, flores y esperanzas. ¡Cuanta tristeza la del cotoperí de adentro, que de cuando en vez la regañaba, porque ella, la maestra Luisa, era para todo el patio y para todo el que llegara, menos para ella misma…

-Esta mañana, Josefa la vende leche de Los Cerritos me decía que la maestra Luisa, su comadre no la dejaba ir sin frutas, rezos y sin oraciones y, así me lo dijo no hace mucho Marcolina, la vende pescao, comadre suya también que llegaba temblorosa y muerta del susto de Pampatar y largando la bandeja en el piso de ladrillos del zaguán que irrumpía en llantos, ojos apagados y brazos al cielo a contarle que Pedro Antonio, Perucho ese bellaco hijo mío, no quería entrar por nada en el mundo en lo de La Cartilla, sino siempre con la mala costumbre de pasársela jugando pelota en el sitio y tratando de aprender a tocar el cuatro con sus amigos.

-“Déjalo que juegue, comai Marcolina, déjelo que juegue, que juego no hace daño y tocar un instrumento es cosa de Dioses… Déjelo, que a larga aprende. Usted verá mi comadre, usted verá”.




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