Porlamar
19 de abril de 2024





EL TIEMPO EN MARGARITA 28°C






Lo mejor es lo que sucede
Definitivamente no hay narcótico para entontecer y someter al común a una hipnosis profunda de obediencia y desarraigo de su propio ser como la ideología embrutecedora de un partido.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

14 Ene, 2019 | Para ciertos espíritus conformes y acomodaticios “lo mejor es lo que sucede”, y aparentemente es así más allá de la sentencia “doctoral”, porque contra el tiempo no puede nada ni nadie. “Lo mejor es lo que sucede” y se nos cae la cara de vergüenza, porque en ese “suceder” nosotros somos una variable imprescindible, y si bien no vamos a retrasar ni adelantar el tiempo, el concurso de nuestra fuerza es un factor que puede direccionar que las cosas sucedan de otra manera, que el mundo que nos congela las circunstancias y los imponderables no sea tan hambreador, malsano, decrépito y maloliente.

Que el discurso operante de ese ciudadano reencauchado con fragmentos de zapatas viejas, hombre nuevo si usted quiere, ponga los pies en la calle cuando aprenda a decir los buenos días y a respetar el derecho de los otros, vale decir, el tiempo de los otros, el lugar de los otros, y no cargarse la familia entera y ponerla por delante de quien llegó primero.

Tal vez siempre fuimos así, con una culturita de albañal, tirados a la suerte de que gobierno que venga, gobierno al que me le cuelgo, de que “somos echaos pa’lante, de que “mi mai no parió pendejo”, de que “aquí estoy yo pa’ los que salgan”. Advertía un crítico que cuando el actor deja caer la máscara, lo que queda es el maquillaje. Terrible síntesis ante lo que nos está pasando.

No hay ninguna verdad detrás de nuestros actores políticos, sinceridad menos, y cuando empiezan a caer las máscaras no hay rostro sino embadurnamiento, mugre, fango, la sombra infrahumana, esperpéntica, de quienes timonean un barco a la deriva, de quienes, francamente, no saben dónde están parados ni para dónde va la nave del Estado y, de paso, arrastran a quienes, embarcados, corren en ese infortunio de riesgo país.

Por aquí y por allá vemos cómo muchos modositos juegan a ese doble truco verbal que ni estira ni encoje, sino que exhibe su parálisis en un eterno jugar la guayaqueta con un pueblo al que suponen ignorante.

Día y noche trabajan esos “cuadros” para llevarle “la verdad” al pueblo y encapsularlo en ese relicario de partido y pensamiento únicos, mientras una grey de vividores disfruta a sus anchas las delicias del poder con su recua de seguidores “empoderada”.

Definitivamente no hay narcótico para entontecer y someter al común a una hipnosis profunda de obediencia y desarraigo de su propio ser como la ideología embrutecedora de un partido. No hay padre ni madre que valga ante ese Moloch.

Leemos las crónicas de ciertos guardianes puestos allí para contrarrestar el desmadre de una situación insostenible, de una crisis existencial que no sale de la terapia intensiva, y un rictus de ironía graba en nuestra piel esa salida de escape, esa furia callada que traducida quiere decir “¡hasta cuándo, Dios mío!”.




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