Porlamar
28 de marzo de 2024





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La travesía del desierto
El estruendo de las preguntas contrasta con la desolación interior que nos agobia y con el balbuceo cacofónico, en ocasiones grandilocuentemente estúpido, de respuestas erráticas, incompletas, insatisfactorias, ineficaces.
Manuel Narváez narvaezchacon@gmail.com

6 Dic, 2018 | Confusión, duda, incertidumbre, desencanto. Estos son los sentimientos que anidan en el espíritu de los venezolanos a pocos días de las elecciones del próximo domingo. Vivimos un proceso electoral extraño; sin el alegre entusiasmo que despierta la esperanza, ni el cálido fervor que se alimenta de la pasión. No hay fiesta democrática: tenemos el local, las mesas, las sillas y, aunque muy desafinados, también los músicos; pero los convidados no están de humor. A pesar de todo muchos, como yo, asistiremos.

Mientras tanto, en medio de la confusión y de la angustiante sensación de extravío, surgen los reproches. Conversando en La Catedral nos preguntamos ¿cuándo se jodió esto? ¿de quién es la culpa?: ¿de Caldera, cuando indultó a Chávez? ¿de Carlos Andrés, cuando ignoró las advertencias del General Peñaloza? ¿de Úslar y los notables que conspiraron contra CAP, mientras le hacían la cama a Chávez? ¿de Ochoa Antich que desobedeció a CAP y permitió el “por ahora”? ¿de los magistrados (y de las magistradas) de la Corte Suprema de Justicia que le regalaron a Chávez la tesis de la supraconstitucionalidad (la superhojilla para el propio mono)? ¿de la soberbia suicida de la Coordinadora Democrática en 2002 y 2003? ¿de la cobardía y la debilidad del liderazgo político abstencionista en el 2005? ¿de Capriles? ¿de María Corina? ¿de los políticos sinvergüenza? ¿de la sociedad civil (con qué se come eso)? ¿de los abstencionistas? ¿de los participacionistas? ¿de los militares felones y corruptos? ¿de los zánganos cubanos? ¿del petróleo? ¿de Escalante que se volvió loco? ¿de Betancourt golpista en el 45? ¿de Colón y los conquistadores españoles?...


El estruendo de las preguntas contrasta con la desolación interior que nos agobia y con el balbuceo cacofónico, en ocasiones grandilocuentemente estúpido, de respuestas erráticas, incompletas, insatisfactorias, ineficaces. Nos falta humildad y coraje para escuchar las campanas que doblan por cada uno de nosotros.
A veces las sociedades pierden el rumbo. Les toca entonces, como una suerte de castigo bíblico, una dura travesía por el desierto para reencontrarse consigo misma, con su Historia, con su destino colectivo. El tránsito termina cuando se recupera suficiente sensatez, sindéresis e indulgencia para rehacer el Pacto de convivencia. A veces la travesía es larga y trágica; a Moisés y a los suyos les tomó cuarenta años.




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