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Crisis política o política en crisis Cualquier mejora en la operación de las instituciones públicas, y por tanto, en la credibilidad en éstas, solo será posible si se eleva la conducta moral de los individuos que las integran, mediante una adecuada formación ética. Noel Álvarez / Noelalvarez10@gmail.com
14 Nov, 2018 | Antiguamente se consideraba que la vida política era un género exclusivo, que iba acompañado de una excelsa educación, debido a lo cual, solo las personas buenas y preparadas podían tener acceso a esta forma de actuación. Desde esta perspectiva, cuando alguien aprendía a vivir políticamente, se convertía de inmediato, en dueño y señor de su conducta y actuaba siempre en razón del bien común y no de individualidad o grupo en particular. Auscultando el derrotero que actualmente lleva la política en nuestro país, fácilmente se puede concluir que, en nuestros días, para acceder a un cargo, es más importante ser amigo o protegido del jefe del partido, agrupación política o facción de gobierno, que demostrar algún grado de preparación, combinada con principios morales y valores éticos. Esto me recuerda una anécdota que leí: siendo presidente, a Juan Domingo Perón, se le ocurrió realizar una consulta entre sus más estrechos colaboradores, sobre la conveniencia, o no, de nombrar a un compañero justicialista, Ministro de Comunicaciones. El rechazo a la moción fue generalizado, argumentaron, que no era sindicalista, ni técnico, mucho menos profesional graduado, ante lo cual, Perón remató la consulta con esta lapidaria frase: ¡El cargo habilita Che! Para lograr buenos resultados en la política y en la gestión pública se requiere contar con gobernantes y funcionarios que hayan interiorizado valores y posean una conducta íntegra. Son estos servidores públicos quienes marcan las directrices y operan las instituciones. Una de las causas que ha provocado la desconfianza en las instituciones públicas es la ausencia de principios y valores, lo que da pie al incremento de actitudes antiéticas o vicios, tales como la corrupción, el abuso de autoridad y el tráfico de influencias. Estas aberraciones impiden el alcance de las metas y objetivos institucionales. Con la política en crisis sobreviene el peligroso fenómeno de la antipolítica, terreno fértil para el cultivo de los “outsiders” de la política, camino ya transitado por nuestro país a finales de la década de los 90s. Sobre ese lunar de la historia venezolana, un consultor político me comentó: el poder político andaba regado por las calles o flotando por el aire, un demagogo muy habilidoso interpretó el fenómeno correctamente, conectó un cable a tierra y se apropió de él. Después de tanta sangre corrida, hogares destrozados y sinsabores degustados, espero que jamás repitamos esa experiencia.
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