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Visión de Rusia 2018
Poetas como Puskhin o Mayakovski, realizadores cinematográficos tal Eisenstein, escritores que marcan con sello luminoso la literatura universal, Tolstói y Dostoyevski, y Gógol, Chéjov y Turguéniev, Pasternak y Solzhenitzyn que tanto han influido en los grandes escritores norteamericanos, europeos y latinoamericanos de todos los tiempos, sus extraordinarios compositores Glinka, Tchaikovsky, Músorgski, Rimski-Kórsakov, Borodín y los numerosos y notables científicos, entre otros muchos, Mendeléyev, sabio químico creador de la tabla de los elementos, Pávlov, Sájarov, la inmortal ballestista Anna Pávlova.
Walter Castro | walterjosecastro@yahoo.es

16 Jun, 2018 | Vista desde la geografía y la historia cultural, Rusia nos produce estremecimiento y asombro. Quizá vértigo. Lo primero por la vastedad de su superficie.

Es uno de los países más extensos del planeta. La gran meseta rusa, entre el océano Glacial Ártico y el mar Negro al sur, se extiende en una amplitud que excede el doble de toda Europa. Eso de norte a sur. Igualmente desde el naciente hacia el oeste, Rusia se nos presenta enorme desde las aguas del océano Pacífico que bañan la fachada de su litoral oriental, con Vladivostok como puerto e imán y contacto con América, hasta las aguas de los mares Caspio y Negro.

La tundra siberiana, en el medio y hacia el norte gélido, asimismo provoca cierto estremecimiento. Grandes cuerpos de agua, el Volga, el Don, el Dniéper, el Dniéster, sangrientos escenarios de duras batallas en la 2ª Guerra Mundial, vierten sus caudales sobre aquellos mares. El Volga, verdadera historia líquida del pueblo ruso, como el Támesis para los ingleses, el Orinoco para los venezolanos, o el Danubio para las naciones balcánicas, desembocan sobre el Caspio y los restantes ríos nombrados, en el mar Negro.

Grande es también el asombro que experimentamos ante la compleja y múltiple cultura desarrollada por el pueblo ruso durante su agitada historia. Por allá, muy lejos, en el siglo XI después del nacimiento de Cristo, en los momentos iniciales en que se constituía la nacionalidad rusa, con el principado de Kiev y luego de su estallido con Nóvgorod, bajo la égida de Moscú, expedicionarios, aventureros y mercaderes eslavos intercambiaban por el norte con suecos, teutones y daneses y en el sur con árabes, persas e indios y chinos pieles, miel, ámbar, maderas, sederías, metales y pedrerías y joyas.

Así, con el lento fluir del tiempo, como el curso de sus ríos, fue formándose la cultura rusa. Los zares, caudillos y dictadores, los mismos, las revueltas y revoluciones, los popes, sacerdotes de la Iglesia Cristiana Ortodoxa, pero sobre todo artistas, compositores musicales, sabios, deportistas e intelectuales, ajedrecistas y danzarinas, contribuyeron poderosamente a modelar, embelleciéndolas, el alma y la naturaleza de Rusia. Poetas como Puskhin o Mayakovski, realizadores cinematográficos tal Eisenstein, escritores que marcan con sello luminoso la literatura universal, Tolstói y Dostoyevski, y Gógol, Chéjov y Turguéniev, Pasternak y Solzhenitzyn que tanto han influido en los grandes escritores norteamericanos, europeos y latinoamericanos de todos los tiempos, sus extraordinarios compositores Glinka, Tchaikovsky, Músorgski, Rimski-Kórsakov, Borodín y los numerosos y notables científicos, entre otros muchos, Mendeléyev sabio químico creador de la tabla de los elementos, Pávlov, Sájarov, la inmortal ballestista Anna Pávlova.

Esta reflexión sobre Rusia nos la suscita y estimula, desde hoy, la visión del conjunto de carpas montado para el costoso espectáculo del grande, ruidoso y colorido circo del Mundial de fútbol 2018.




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