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Un silencio es una sombra que vive Una madre, desesperada en la cocina, hacía milagros para repartir, equitativamente la ración, a cada uno de sus hijos, en aquellos platos de peltre, siendo la mesa, sus propias manos. El pan nunca le faltó en su hogar, y eran tiempos duros. ¡Muy duros! Tarcisio Rodríguez
23 May, 2018 | Así te recuerdo, de aquellos días lejanos, tan lejanos, que casi ni me acuerdo. Jugábamos con las estrellas que se desprendían del cielo, como lluvia de luces; y la luna, como reina del festín, mostraba su cuerpo desnudo, en su cama de nubes, para darle más belleza al paisaje. Una garúa irrumpía el silencio del anochecer, y un gallo pinto, en aquella empalizada boscosa, lanzaba su canto destemplado, anunciando su presencia... Y seguía garuando. Las casas, distantes una de otra, se dormían en el oscurecer, y las bombillas, que alumbraban tenuemente esas viviendas, eran puntos de luz, que parecían cocuyos extraviados por aquellos senderos desolados. Un anciano, montado en su burro, iba abriendo caminos, apurando el paso, para alcanzar distancias. ¡Era su cotidianidad! Una mujer, extenuada de tanto trabajo en el día, salía de su casa, con un taparo en ambas manos, para llenarlos, con los últimos suspiros de aquella pila de agua, que ya sentía el cansancio de tanto fluir el líquido. Una madre, desesperada en la cocina, hacía milagros para repartir, equitativamente la ración, a cada uno de sus hijos, en aquellos platos de peltre, siendo la mesa, sus propias manos. El pan nunca le faltó en su hogar, y eran tiempos duros. ¡Muy duros! Así te recuerdo, senderos de mi infancia; tiempos que se fueron con el mismo tiempo y, con el mismo viento. Hoy, solo quedan ausencias en mi alma.
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