Porlamar
18 de abril de 2024





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La buena Venezuela me sonríe
Era normal que llegasen personas, leyeran el papel, preguntaran: "¿Qué hacen aquí si no habrá atención?"; todos les respondiéramos al unísono: "Es una contingencia especial", y luego, con cara de molestia, se iban
Juan Ortiz

11 Abr, 2018 | Estaba haciendo una cola, de esas a las que no debemos acostumbrarnos. Me presenté de segundo, 50 minutos antes de lo convenido para salir rápido de esa diligencia. La hora acordada llegó y no nos atendían. Ya no éramos dos sino un batallón de 20 personas. Los ánimos estaban caldeados. En varias oportunidades habían entrado y salido personas. Las caras de cañón lanzaban balas por doquier.

En la puerta decía: "Suspendida la atención al público hasta nuevo aviso". Al grupo de personas que estábamos allí, por una contingencia especial, se nos daría atención.

Era normal que llegasen personas, leyeran el papel, preguntaran: "¿Qué hacen aquí si no habrá atención?"; todos les respondiéramos al unísono: "Es una contingencia especial", y luego, con cara de molestia, se iban.

Seguía entrando personal. Los ánimos se caldeaban más. Cuando ya habían pasado 25 minutos del tiempo estipulado para ser atendidos llegó un anciano, pasó entre el tropel pidiendo permiso —muy educado— y comenzó a tocar la puerta metálica con la llave una y otra vez, insistentemente. Tenía en sus manos una bolsa plástica transparente con un paquete de galletas Marilú de chocolate y un barniz de uñas. Pasaron cinco minutos más y nadie salía, a pesar de los fuertes golpes en la puerta. La gente empezaba a murmurar. "Este se quiere colear", "seguro quiere ganar indulgencias con galletitas", "¡qué esperanza, todo el día aquí y éste llega de una y quiere ser atendido!", "¡qué fastidio con ese ruido!", se podía escuchar, entre muchas otras cosas. Total que luego de siete sonoros minutos salió una señora.

—¿Qué se le ofrece, señor? —dijo la mujer detrás de la puerta.
—Señora, buenas tardes, hace unos minutos unas mujeres pidieron mis servicios como taxista y dejaron en el asiento trasero de mi unidad esta bolsa, vengo a devolverla. ¿Se las puede entregar? —respondió el hombre.

Todos se quedaron perplejos, muchos se tragaron sus palabras, y yo sentí un alivio porque aún hay gente honrada, el venezolano auténtico, y mientras gente así persista en resistir la vorágine existente de pérdida de valores y respeto, pues, habrá motivos para seguir trabajando por un mejor país. (Esta es la anécdota reflexiva).




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