Porlamar
28 de marzo de 2024





EL TIEMPO EN MARGARITA 28°C






Premio Filcar: José Balza en un Ejercicio Narrativo
La pólvora y la ceniza en contubernio con el óleo y la palabra en un tendencioso cóctel al que no dejaban de asistir sombríos personajes.
Ramón Ordaz | rordazq@hotmail.com

15 Mar, 2018 | El infausto desenlace de un episodio de nuestra vida de provincia nos aventó hacia Caracas iniciándose apenas la polémica década del setenta. Sacudido por el trasnocho, la resaca y el embrujo de la década anterior, a cuya heráldica de batallas ficticias y de compromisos enredados en vegetaciones barrocas, nos sumábamos al sueño crepuscular de quienes nos antecedían en el ejercicio utópico de llenar las alforjas vacías con la simbiosis de todos los sueños.

Remueve nuestra nostalgia recordar cómo un buen día amanecimos durmiendo en una buhardilla del 23 de Enero y cómo otros tantos en una casona de Monte Piedad éramos contertulios practicantes, como en un antiguo “Bateau- Lavoir” en Montmartre, de conversatorios y talleres en los que escritores y artistas plásticos debatían sobre las esencias del arte y sus secretas articulaciones con la no menos hiperbólica política de unos seres inacabados que fantasmeaban con los hechizos de una revolución.

La pólvora y la ceniza en contubernio con el óleo y la palabra en un tendencioso cóctel al que no dejaban de asistir sombríos personajes. En Pagüita, muy cerca de ese lugar, en 1912 hacían lo mismo los pendencieros creadores del Círculo de Bellas Artes. Cuánta madera incinerada por los fuegos fatuos de oscuras potencias del pasado. Para quienes están vivos lo grande es prender velas y esperar el milagro, por que sí, soñar no cuesta nada y en esa oblación andábamos todos.

En el petit “Bateau-Lavoir” de Monte Piedad conocimos, en esos primeros años de los setenta, a un joven de tez reluciente, de una estura imposible de advertir por sus finos modales, la lúcida cortesía de su mirada y una serena gestualidad que lo ponía fuera de nuestro alcance. Lo caracterizaba una amable ironía, lo definía su escasa arrogancia, lo conceptuaba una parca, contundente sentencia llegado el momento de zanjar una discusión, o ante la inminencia de cualquier decisión. No era evasivo, aunque una impronta de fugacidad cabalgaba sobre las alas de su temprana madurez.

Su audiencia provenía de la Isla de Diablo, frente a Tucupita, donde los tecnólogos de entonces ensayaban una experiencia agroalimentaria para sostener el pulmón obrero de Guayana. José Antonio González (ingeniero) y su esposa Alicia, el pintor Tomás Salazar, Asdrúbal en permanente concilio, Eduardo Sifontes, pintor, dibujante, poeta y cortazariano a morir, algunas novias dispuestas a cualquier relevo sexual, algunos obreros venidos de Puerto La Cruz, desesperados y abnegados, ganados para cualquier sacrificio, confluíamos en aquella casa de vecindad, la que se nos imponía con su torcida, irregular estructura como un abrevadero donde la leche del misterio daba de mamar a sus criaturas. Ese joven, guía ilustre de aquellos años, a quien tanto debemos, era y es José Balza, Premio Filcar 2018, cuentista, novelista, ensayista y una lista de muchos méritos imposible de enumerar aquí.




Contenido relacionado












Locales | Sucesos | Afición Deportiva | Nacionales | Internacionales | Vida de Hoy | Gente Feliz | 50° Aniversario | Opinión


Nosotros | HISTORIA | MISIÓN, VISIÓN Y VALORES