14 Mar, 2018 | Resulta muy fácil, al emigrar, tratar de que la gente reconozca tu gentilicio por: ponerte una gorra o una camisa alusiva a tu bandera; por andar cantando el himno a toda voz; por exagerar tu acento; cantar temas de tu tierra; consumir los productos típicos; eso es fácil. Hacerlo frente a todos para que te vean, señalen y digan: “Miren, allí hay un (coloque aquí el gentilicio de su preferencia)”.

Lo difícil, señores, es emigrar y -a parte de todo lo dicho anteriormente, que en realidad no te define como ciudadano, sino que son adornos- lograr con tu comportamiento cívico, tu buen andar, tu respeto a las leyes, costumbres y a las personas del lugar donde llegas, con eso y más -aun con todos los defectos que podamos tener-, demostrar la esencia real de los seres del lugar de donde vienes; que la gente al sentir tu presencia, por tus actos, se voltee y diga: “Hey, miren, allí va un (colocar el gentilicio de su conveniencia)". Eso es lo difícil, lo difícil y lo necesario. Cuanta xenofobia se evitaría si esto se tomara más en cuenta, pero lamentablemente hay gente que emigra para hacer lo que en su país no podía o para hacer en el nuevo lugar lo que acostumbraba en el anterior, pensando que los demás se la deben calar. Desechen eso, cada lugar tiene sus reglas, así que a dejar de hacerse las víctimas y a cambiar de comportamiento o, quizá, porque se han visto casos, comenzar por fin a asumir el papel de ciudadanos.