25 Feb, 2018 | Yo no lo hacía, pasaba al lado de ellos indiferente; quizás alguna vez decía ¡qué árbol tan bonito!, pero más nada, eran como una naturaleza muerta para mí.

Pero desde hace ya cierto tiempo, comencé a sentir que al pasar debajo de un árbol que está en el camino de mis paseos matutinos, había un cambio en mí que no podía describir, simplemente estaba más alegre y dinámico. Luego de estos episodios me quedaba un rato debajo del árbol y acariciaba su tronco. Desde entonces se convirtió en una especie de meditación para mí, sentía que el árbol se alegraba al verme llegar, algo parecido comencé a experimentar al ver los ojos de un niño, y al abrazarme en la mañana.

Desde que inicié mis encuentros matutinos con el árbol, siento sus bendiciones durante todo el día como si estuviese acompañándome siempre; estoy más tranquilo, más alegre, menos pensativo y más consciente.

Lo del árbol me ha traído otros amigos de la naturaleza. Cuando cae una lluvia aprovecho y me doy un baño con ella. Antes salía corriendo y decía "me puedo resfriar", ahora siento cuando la brisa me acaricia y lo disfruto intensamente, mis baños de sol son sanadores.

Ahora cuando abrazo el árbol me hago uno con él, porque siento que él también me abraza.

Cuando te haces uno con el árbol sabrás que es un dios desconocido, siempre estuvo allí haciéndome señales, llamándome, pero yo no lo veía, estaba distraído con mis pensamientos, en otro momento del pasado o del futuro, hasta que comenzó mi despertar.

Y así pasa con todo: nunca estamos donde estamos, siempre estamos en otro lugar, nunca presentes ignorando que dios solo está en el presente, que la vida no es ayer ni mañana, que la vida es ahorita.

El árbol fue mi gran maestro, el que me despertó en las mañanas.

Quizás la próxima vez que vean un árbol lo abrazarán, o por lo menos se acercarán.