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Vergüenza ajena
Todo el mundo comete errores, sin que esto descalifique a alguien para siempre, dependiendo por supuesto, de la magnitud y tipo de los errores y de sus consecuencias. Una distracción momentánea, estar pensando en una cosa distinta de la que se hace o se habla, estar cansado por el excesivo trabajo o la urgencia en responder ante determinadas situaciones, pueden llevar a cometer deslices lingüísticos que muchas veces no son olvidados, pues sus protagonistas son hombres públicos, sometidos al escrutinio y juicio de millones de personas.
Luis Fuenmayor Toro

18 Feb, 2018 | Si algo se siente, cuando vemos el estado del país, las decisiones y ejecutorias gubernamentales, sus fracasos, y luego leemos sus declaraciones y racionalizaciones, es vergüenza ajena. Es esa turbación que nos hace bajar la vista y voltear la cara, ante las actuaciones ilógicas, desatinadas, incoherentes, imbéciles, de un amigo, un conocido o incluso un extraño o un enemigo, al sentir vergüenza de que otras personas lo vean y lo oigan y se percaten de sus grandes limitaciones mentales o peor aún, de su cinismo.

Y más grave todavía cuando la persona en cuestión se siente orgullosa del disparate, pues su profunda ignorancia y su soberbia no le permiten darse cuenta del despropósito cometido. Una situación similar ocurre también con las acciones y opiniones de algunos opositores tradicionales, pero sin duda ninguna que el equipo gobernante se lleva la victoria claramente en este caso, una gloria de la que nadie en el mundo haría ostentación.

Todo el mundo comete errores, sin que esto descalifique a alguien para siempre, dependiendo por supuesto, de la magnitud y tipo de los errores y de sus consecuencias. Una distracción momentánea, estar pensando en una cosa distinta de la que se hace o se habla, estar cansado por el excesivo trabajo o la urgencia en responder ante determinadas situaciones, pueden llevar a cometer deslices lingüísticos que muchas veces no son olvidados, pues sus protagonistas son hombres públicos, sometidos al escrutinio y juicio de millones de personas. Sus jueces, la gente común, generalmente juzgan según sus intereses, simpatías y complejos, por lo que no son objetivos ni serios. Son famosos, por lo recordados, utilizados y la hilaridad que provocaron, el "autosuicidio" de Carlos Andrés Pérez, el "no le puedes pedir peras al horno" de Manuel Rosales y el "adquerir" de Chávez.

De estos simples errores o confusiones, que no tienen mayor efecto en las condiciones de vida de los venezolanos, pasamos a los horrores producidos por decisiones siniestras tomadas por el gobierno y sus desvergonzadas y patéticas justificaciones. Durante 15 años han mantenido un control de cambios, supuestamente concebido para evitar la fuga de capitales, mientras ellos mismos y sus cómplices sacaban de Venezuela cifras en miles de millones de dólares nunca antes vistas. Mantuvieron un cambio bolívar/dólar completamente irreal, para fraudulentamente enriquecerse junto con sus cómplices, mientras argumentaban con orgullo que era para proteger a los sectores más vulnerables.

Acaban con la salud pero gritan que tenemos el mejor sistema de salud del mundo. Los venezolanos comen de las basuras, pero los obesos sicarios gubernamentales dicen que no hay hambre sino antojos, burlándose de los niños que tienen "el antojo" de vivir.

El desastre generado ha sido tan grande, que ha llevado a legitimar los desastres del pasado adecocopeyano, que aparecen como un lecho de rosas ante quienes no han vivido lo suficiente o no recuerdan o no utilizan la lectura para conocer lo acontecido.

Revivieron políticamente a quienes inicialmente habían derrotado y hundieron en el pantano más profundo los ideales que falsamente defendían.




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