16 Feb, 2018 | No hay otra manera. La Constitución de la República bien lo determina y la ley electoral lo afirma. El voto actúa como herramienta firme, capaz de lograr el cambio que el país demanda con urgencia. Es la única. Los venezolanos lo tienen en su mayoría bien claro. Saben que votando pueden botar al que no sirve. Así ha funcionado aquí y en todas partes.

A los abanderados de la abstención, les consta. Ni un solo rasguño, como bien lo explica Claudio Fermín, tan inocua medida le ocasiona al gobierno. Por el contrario, le ayuda, y de qué manera, a atornillarse en el poder. No votar, entonces, es entregarle en bandeja de plata a Maduro la reelección. Autorizarlo a que, definitivamente, termine de hundir a Venezuela.

Cuesta entender y aceptar que a quienes nada les importa el destino nacional, también los mueva algún otro motivo. Podría ser, por ejemplo, miedo a quedar, digamos derrotados, porque no tienen respaldo cierto ni siquiera en sus partidos. O, envidiosos, que los hay, dispuestos a impedir que sean otros y no ellos los protagonistas de estos tiempos de angustia y de decisiones más que históricas.

Nadie sabe a ciencia cierta el porqué del empeño abstencionista, pero sí medir que, obligando a no votar, los que de este modo están actuando, podrían calzar perfectamente los zapatos del entreguista pues, ¿cómo explicar que se prefiera prolongar la permanencia en el poder, por seis largos años más, de esta gente comprobadamente irracional, con grueso expediente cada uno por su participación destacada en el doloroso proceso de destrucción del país?

Los que tumban gobiernos cómodamente en sus casas por vía Twitter, que se dan el lujo de ofender, pontificar y hundir a los que en la calle defienden el derecho al voto, son cobardones que nunca muestran la cara. Culpables de que el gobierno avance como elefante en cristalería, destruyendo todo.

A esta gente, por igual, hay que botarlos a punta de votos. Una medida de sanidad política, podría decirse, que la democracia mucho agradecería.